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Nevares

ESPERANDO EL AMANECER.

ESPERANDO EL AMANECER.

Toda la noche esperando el amanecer

contra las islas solitarias de allá enfrente

donde hay una continua erupción de pájaros.

En el mar atrapado de mis sienes

donde se levantan las aguas, evaporándose entre las nubes.

 

Y el amanecer llegará tal vez por las cañerías del edificio a solas,

por los elevadores donde el ciego subió

perdiendo sus monedas, ebrio de un temprano rayo de luz.

O por la absurda premonición de una pata de conejo.

 

Tengo una náusea como de espolón atravesando mi pecho

y que rebota en verde contra las paredes sumergidas.

Que se unta de tu nombre

como de una tinta anónima.

 

Yo prefiero, en verdad, las heridas del tigre

a dialogar con los desfallecidos timbres del valor que no tengo.

Tal vez mi destino sea, en vez del héroe resplandeciente, hacerme testigo

de la cobardía celeste de mí mismo.

Esperando el amanecer en la punta de los muelles,

entre los tallarines acuartelados por la única voz de mando del hambre.

 

Pero, ya dije, hay un sonido de cañerías,

asinfónico,

de atroz plomería taponeada

que desarticula las alturas de los rectángulos.

Y da pavor mirar la propia sombra desde arriba

cuando todos le preguntan a la edad cómo llegó hasta allí.

Ella responde sólo con signos matemáticos.

Vemos pasar el ascensor por el cuarto piso,

unos instantes después del ciego de las monedas,

donde se solidifican las sangres, y el tigre adquiere aspecto de alfombra.

 

¡Ay amanecer que no llegas!

Le arrancaron el corazón a las tinieblas,

poniéndole en el centro del pecho una tortuga.

Ahora tiene serpientes en vez de venas en los bajíos de su aorta

y un reloj suizo donde estaba el cerebro.

Ahora nadie lo detiene.

Temo que el sol pase de largo por los corredores

jamás violentados por el arado.

Ayer ya acabamos con las ansias.

 

Ríen, cadavéricos los pájaros, en el gineceo de las nubes.

Ríen con cintura de mujer,

con esos puentes invisibles de sus zapatos

que no escuchamos sino tarde.

Porque el ciego nos llenó los ojos, pero de su esperanza

...que es casi nada.

Y el cojo nos conminó a caminar en círculos elefantiásicos.

Tan pronto aprendimos nuestros primeros pasos,

perdimos el rumbo del amor,

que se vuelve ventanal y pájaro.

 

Por allì, dicen los viejos, que debe llegar el amanecer,

donde crujen las hojas

y el pan se eleva en sus fermentos.

Donde, al arrojar una flecha, se devuelve la hojarasca del viento

como un amarillo esqueleto.

Y tintinea en los vidrios de nuestros ojos,

donde se iluminan los postes

y los ebrios recuperan el camino de vuelta a casa.

Donde te deshaces, mujer, de todas tus armas blancas,

dejándome en la piel la vieja cicatriz del encuentro.

 

Allí mismo nace el sol,

como un ángel plateado de torbellinos.

Y la maldita cañería de la noche por fin se queda callada.

No se oyen los gemidos de sus goznes.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

1 comentario

ÁmarU -

No tengo el pacer de conocerlo pero juan carlos se refiere a ud., como un hombre muy talentoso con sus letras...

A mi sinceramente me transporta a la simplicidad de la existencia bastante más magica y divina...

Me encanta el como encadena los hechos y las cosas,ademas de su suceptibilidad y gran tacto para concretar su proza sin que nada se disponga al azar..

Muchas gracias por darme un minuto de placer para mi mente.... e intelecto

Un abrazo .. compañero de letras ...

Cuidese .. y viva con intensidad....

ÁmarU