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Nevares

LAS BELLAS Y LAS FEAS.

LAS BELLAS Y LAS FEAS.

Me ha ído muy mal con las bellas

y muy bien con las feas.

Con las primeras, con sus collares de perlas,

con sus collares de amigas,

con sus collares de familias

y su larga enumeración de atavíos. Nunca sé cómo son.

Cuando se desnudan, jamás solas,

son un conglomerado de cosas, una corporación.

Me falta dinero, pedigrí para asociarme.

Me siento incómodo, y al revés. Lo hago todo mal,

como el orden de los dientes,

como el orden de los tenedores,

como lo que hay que decir y lo que callar,

como tener que hacerse el tonto frente a sus actitudes raras.

 

Yo buscaba una bella sencilla,

una bella que tuviera alma de fea, de cocina antigua,

una que se conformara con las estrellas del cielo,

sin collar. Me cargan los círculos.

Esos enigmas de ellas que no se pueden romper.

Sus conciliábulos secretos, llenos de espinas,

llenos de susurros en la oscuridad.

No entiendo ese lenguaje de plumas.

Me gustan las personas francas, que al darlas vuelta

son iguales por dentro.

No importa si son amarillas o azules, delgadas o gordas.

Pero estas bellas no se dejan desembarcar.

Son resistentes a todos los ruegos hospitalarios,

a todos los taladros mecánicos.

 

Son como una flor hecha de una sola pieza.

De un aroma irrompible.

No se ajan; se van perdiendo en la lejanía

sin disminuir, contra todas las leyes de la perspectiva:

mientras más se alejan, más grandes.

Sus cuerpos no caben en mi alma de niño.

Y cuando están junto a mí, son pequeñas,

apenas de cuatro palabras, como la Vida,

o de seis, como la Muerte.

No sé si necesito la ayuda de Dios o de un cerrajero

para entenderlas.

Pero se me va la vida, y, tarde en la tarde,

una mordida de ternura, de nostalgia me reúne con ellas.

Les perdono todo. Y la muerte continúa igual.

 

Reemplazo a su padre, a ratos.

Me siento una monedita de oro en la fragua,

aunque, a veces, no tengo silla, de tan transparente.

Ellas son como la mano del dado

que nunca se sabe en qué números va a caer.

No he conseguido aun una mujer,

sino apenas la tómbola de la lotería.

Todo pasa tan rápido.

Su amor se desvanece de pronto, y, otras, resurge

como la fumarola de un volcán.

Busco mi sosiego rubio,

y los dedos se me enredan en sus nudos, en sus collares de perlas.

Nada me dice cuál es mi capital. Si voy en caída como el dólar.

Que venga Dios o un cerrajero a ayudarme.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

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