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Nevares

ESTAMPIDA DE LAS HORAS.

ESTAMPIDA DE LAS HORAS.

Camino con una rosa que me mira

con los ojos llenos de asombro del jardín.

Paso al lado del lodo

que perfuma con su silencio todas mis andanzas.

Y ella sonríe con los fulgores del vino que contiene la luna llena.

Y su sonrisa es más cautivadora que un pantano.

 

Hablamos de libros y de canciones, jamás de pájaros ni cancioneros.

Hablamos de nuestros respectivos amores

con el calor y la nostalgia con que uno se pone el piyama.

Y cuando la dejo en un taxi, no regresa al jardín

sino a una casa de madera, donde vive sola con sus padres.

Vive deseada y sola. Con su guitarra, con sus canciones.

 

Esta es una historia donde me puedo equivocar de nuevo.

Puedo no dar con la luz del herbario.

Aunque sospecho que están listos los tacos para otro evento, como los de antes,

cuando las piernas se echan a correr, independientes del cuerpo

y sin esperar las órdenes del cerebro.

Las calles yacen estrelladas por la lluvia. Y hace un frío como para abrazarse.

Como para renunciar.

Un frío para equivocarse de noche o de planeta, de mujer.

 

Porque sus ojos son todo botón que amenaza con caerse.

Sus pestañas están llenas de barandas frágiles,

peligrosas para los habitantes que vienen del mar, como yo.

Y siento el latido de sus crujidos, los más pequeños,

las chispas de electricidad saltando de neurona en neurona...

esperando por el punto preciso del abordaje.

 

Ella, el sabor incierto en medio de la estampida de las horas.

Ella, dando un golpe de estado en la aurora.

Ella, en la cima del Everest humano, con sus ojeras, con sus orejas pequeñas,

con su sonrisa de tierna cebolla.

Sólo me salva del embrujo, el taxi que llega puntualmente a la escena,

con la banderita "libre" del destino esta vez a mi favor. Y la beso al despedirme.

Y ese beso mejillero me libera, y vuelvo a ser el mismo.

Aunque con el alma toda arrugada por sus ruegos.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

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