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Nevares

REMANDO, ENCADENADOS AL ATAUD.

REMANDO, ENCADENADOS AL ATAUD.

Remando, encadenados al ataúd.

 

La muerte nos tritura los talones

para impedirnos todo amago de regreso

y borra las señales de los caminos.

Por eso parecen tan desolados los senderos,

ahogados por la lluvia del Sur.

Nuestros sueños chapotean en el barro.

 

La muerte nos deja como único consuelo

la floja memoria de nuestros ojos

que es como una vaga centella que apenas cruje y se apaga.

Que es el vuelo errático de una golondrina ciega,

o como un viejo mapa desbastado.

 

Dios ha hecho no sé qué pacto con ella.

Dios, nuestro padre verdadero,

nuestro hermano mayor. ¿En qué estaba pensando?

Nos pone a prueba en la recta final,

donde nos arrastramos como un gusano.

Sólo tú quedas allá arriba, sobre el pasto entristecido,

caminando fiel.

Tu amor es el único templo abierto.

 

La vieja loca y roñosa nos da de latigazos,

encadenados al ataúd,

porque la barca no avanza un ápice.

No sopla ni el viento del silencio.

Las piedras impiden moverse a la marejada de la tierra

y estamos lejos del influjo de la Luna.

Y más lejos aun de cualquier puerto.

No hay velas sobre el cajón, ni gobernalle.

 

Es hosca, es hedionda la sentina.

El agua nos inunda hasta las rodillas.

Todo el espacio está lleno de unas ratas gigantes.

¡Dios,

cómo roen estas bestias!

Y más nos golpea la vieja loca en las escápulas amarillas.

No hay quién me convide un cigarro.

En verdad,

no sé qué hacer con mis manos

que me sobran sobre el pecho ¡enormes!

Y qué hacer con las horas del reloj,

mil veces más fuertes, mil veces más redondas que allá afuera.

 

¡Silencio! Que vuelve la muy canalla.

Huele. Observa. Repasa.

Su mirada de cuervo es un silbido insufrible.

Su oído es más fino que todas las campanas.

¡Ah, pero su odio sí que no tiene igual!

¡Dios mío...! ¡En qué estabas pensando!

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos reservados de autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

 

 

 

1 comentario

Rodrigo Cordero -

Oíd esto, pueblos todos;
Escuchad, habitantes todos del mundo, Así los plebeyos como los nobles, El rico y el pobre juntamente.
Mi boca hablará sabiduría,
Y el pensamiento de mi corazón inteligencia.
Inclinaré al proverbio mi oído;
Declararé con el arpa mi enigma.
¿Por qué he de temer en los días de adversidad,
Cuando la iniquidad de mis opresores me rodeare?
Los que confían en sus bienes,
Y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan,
Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano,
Ni dar a Dios su rescate
(Porque la redención de su vida es de gran precio,
Y no se logrará jamás),
Para que viva en adelante para siempre,
Y nunca vea corrupción.
Pues verá que aun los sabios mueren;
Que perecen del mismo modo que el insensato y el necio,
Y dejan a otros sus riquezas.
Su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas,
Y sus habitaciones para generación y generación;
Dan sus nombres a sus tierras.
Mas el hombre no permanecerá en honra;
Es semejante a las bestias que perecen.
Este su camino es locura;
Con todo, sus descendientes se complacen en el dicho de ellos. Selah
Como a rebaños que son conducidos al Seol,
La muerte los pastoreará,
Y los rectos se enseñorearán de ellos por la mañana;
Se consumirá su buen parecer, y el Seol será su morada.
Pero Dios redimirá mi vida del poder del Seol,
Porque él me tomará consigo. Selah
No temas cuando se enriquece alguno,
Cuando aumenta la gloria de su casa;
Porque cuando muera no llevará nada,
Ni descenderá tras él su gloria.
Aunque mientras viva, llame dichosa a su alma,
Y sea loado cuando prospere,
Entrará en la generación de sus padres,
Y nunca más verá la luz.
El hombre que está en honra y no entiende,
Semejante es a las bestias que perecen.

Salmo 49