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Nevares

LA GRAN FIESTA.

LA GRAN FIESTA.

Nosotros dos somos los rezagados de la Gran Fiesta

en este cielo obscuro de mediados de noviembre

cuando todavía se proyectan las sombras borrachas.

En pleno corazón del Sur. En el Osorno que hemos elegido para vivir,

donde coincidían las encuestas ganadoras de los dioses celtas.

Entre los restos de los días, como pedazos rotos de velas amarillentas

del barco que los llevó a todos a salvo, menos a nosotros.

¡Ah cómo duele el escenario enorme y vacío! Duele como una gran boca abandonada

llena de quejidos y de gérmenes.

Alguna vez hubo allí un sortilegio de lunas y un dentista. Sonrieron.

Como sonríe la moneda desenfundada del bolsillo.

 

Alguna vez se plantaron rosas

y salimos a la terraza, a tomar el sol, desnudos.

Sol...,esa sí que es una palabra extraña, como las runas,

como los cantos de los druidas que platean el bosque.

Ahora sólo nos queda la concavidad de la mano,

la forma de la espada en la palma atónita,

el pliegue de la garganta que pasa de largo.

El cielo es más obscuro que un jilguero.

Como si un lagarto se hubiera atravesado justo en la lente,

al momento tan pagano de tomar una fotografía.

Y fumamos por conjuro,

y es el humo oscuro, torrencial, lo que aparece en primer plano.

 

No hay otro ruido que el ruido de las estaciones apagadas

y el imaginario de los rieles oxidados.

El corazón que se arranca del pecho, para saludar con la mano

al fantasma de la otra orilla del Rahue.

No es el mismo rostro ni el mismo nombre de cada rosa.

Es la tarde cenicienta por el lado de las costuras, de la arpillera.

Son los ojos dados vuelta hacia el costurón del olvido

y las raíces de todas las cosas que pasan volando.

Con nada humano ni divino se conjugan las ráfagas del viento y de los violines.

 

Cada lágrima tiene la compleja estructura de una catedral.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

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