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Nevares

TENDREMOS TANTAS COSAS QUE CONTARNOS.

TENDREMOS TANTAS COSAS QUE CONTARNOS.

Entre dos neuronas hay la misma distancia que entre dos estrellas.

Yo quiero cantar lo que no sabemos de nosotros,

todo lo que somos de astros lejanos y de bestias ardiendo,

de aquello que ahora mismo viaja

en dirección opuesta a nuestros sentidos, al tomar la micro o al comprar el diario.

Esa atmósfera azul de tierra que tiene lo distante

con un paisaje hecho de árboles y de nubes, pero igualmente de relieves geométricos.

 

La canica de vidrio de la infancia que rodó de un lóbulo al otro,

y que buscamos vanamente en nuestra memoria, ante el siquiatra.

El viejo oficio de magos que olvidaron nuestras manos

para deshacer las nubes de los horrores.

No sólo nombrábamos a los pájaros, sino que los hacíamos volar!

Ahora, apenas, nos conformamos con el esqueleto de nuestra imaginación.

¡Es hora de volver al aire, de donde somos!

 

Hasta ahora hemos viajado hacia afuera, hacia las fórmulas de cada cordillera,

en el sentido de las máquinas,

y como si fuéramos sus hijos, y no al revés.

La luz de los astros más lejanos se esconde en la raíz de nuestros cabellos.

Somos padres, os lo aseguro, de cada islote de oscuridad

que alumbran nuestros miedos.

Mujer, tú has sido el enigma anunciador,

el Mississippi, el gran Nilo que nos ha desviado de curso,

el Amazonas de nuestros delirios mutantes.

Cuando vuelvas a vestir tu traje de madre astronauta,

viajaremos de regreso a los confines del misterio. Volveremos a casa.

Ya sabemos todo lo que hay que conocer del nido.

Hay que explorar ahora lo que el infinito tiene de pájaro.

No están más alejadas dos estrellas que dos neuronas.

 

Que broten golondrinas desde la boca de los cañones inservibles

y de los brazos mudos de las estatuas salgan caballos al galope.

Hay que cantar todo lo que desde siglos nos anunciaban los naipes.

El hombre como un espectáculo en sí mismo.

El hombre que hace maravillar a Dios, ¡imagínense!,

y lo despierta de su gran letargo como a un viejo leñador.

Devolvernos, abrazados a El, a nuestra aldea,

donde nos esperan vivos nuestros abuelos.

 

El cielo no será más que un tablero de dominó o de ajedrez,

y cambiaremos a nuestro antojo el orden de los astros.

Que al día de mañana siga el de ayer. Será lo más fácil.

¡Oh tendremos tantas cosas que contarnos

sin ya ese barro opresor de las palabras ni del anillo de compromiso que es la garganta.

Será una conversación que jamás acaba entre hermanos

que no se han visto en siglos,

como la que tiene en su soledad el sastre con las agujas.

Y la continuidad asombrosa del hilo, al desgajarse de la montaña,

dejando desnudas las vertientes de las ovejas.

Y cómo ahora los lobos deben alimentarse de flores.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

 

 

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