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Nevares

CAE UN PIANO DEL CIELO.

CAE UN PIANO DEL CIELO.

No sé exactamente lo que está pasando.

Cae un piano del cielo,

se estrellan ángeles en los árboles,

se derriten de calor las palomas.

Pero las olas del mar siguen llegando ordenadas

como las teclas del piano,

y suenan roncas o agudas como ellas,

como tocadas por las manos invisibles de las hadas.

Debe ser el hambre, la soledad, la falta de cariño

con que ha comenzado para mí, una vez más, otro año.

Nada de lo que pasó ayer me dejó definitivamente contento;

mis planes quedaron a medio hacer,

como si los roedores de la oscuridad se hubieran comido los colores

del estandarte de la alegría en la fábrica;

tengo la boca amarga de tantos sinsabores.

 

En la pieza vecina a la que arriendo,

y por la que pago casi la mitad de mi sueldo,

a esta hora tan calurosa de la tarde, dos se matan

haciendo el amor con tremendos aullidos de guerra.

Del techo cae el polvo más antiguo,

caen legiones de polillas muertas y de arañas;

menos mal que tengo las manos y la mente

ocupadas en escribir, redimido de aquellos fuegos,

o, de lo contrario,

iría a arrojarles una jarra de agua fría

o a asesinarlos.

 

El resto de la tarde es un silencio casi estúpido,

casi túnel ciego de pájaros,

vías férreas de tren anónimo,

playa de otro planeta inexplorado.

Y eso es todo lo que hay.

Tengo adormecido el canto de mi mano izquierda,

como si allí estuviera escondido el otro rumor del mundo,

los mares de un retrato al pastel,

la trouppe de hormigas que duermen a esta hora su inocencia.

Supongo que el planeta seguirá redondo.

Que tú estás donde estás.

Que las hojas van y vuelven contra el viento.

Que sueñan los murciélagos en sus remotas cavernas.

Que confabulan algo las enfermedades dentro de mí,

sin que yo las sienta.

Es el sonido invisible del primer día del año.

Es como Dios enmascarado

que viene a darse una vuelta por aquí, como el arquitecto

que recuerda los anochecidos planos del Paraíso,

y el viento que siento soplar es su orgullo de padre.

 

El resto de la tarde es una cáscara vacía;

un pájaro muerto.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

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