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Nevares

EL JARDIN DE LAS MARIPOSAS.

EL JARDIN DE LAS MARIPOSAS.

Era el patio de las amistades clandestinas

(niños jugando y sus padres se odiaban en el vecindario).

A veces quisiéramos que el sol mantuviera la boca cerrada,

que no nos dijera nada.

¡Oh, si pudiéramos, volveríamos a alimentarnos de manzanas,

como en el viejo Paraíso!

Peor todavía, no comeríamos otra cosa.

Los errores inauguran estatuas en nuestra sangre

y los crímenes y pecados jamás terminan de coagularse.

Están frescos y tibios allí, como en cinemascope.

 

Menos mal,

que no nos delata el tanteo de la lluvia en el zinc,

ni el sorpresivo portazo del viento en la conciencia.

¡Oh el infinito calvario de lo que hemos dejado de hacer, por lo que somos!

El dolor es todo aquello demás. Lo que nos sobra.,

lo que nada tiene que ver con nuestra estatura,

la sospechosa sangre de nuestro diario quehacer.

 

Somos ese niño que encontró un día

la plantilla de la conversación secreta entre sus padres,

y en cada orificio, en vez de una vocal o una consonante,

vio, con horror, que asomaba un gusano.

O como ese otro, aquel

que encontró en casa un látigo manchado de sangre.

Era su padre que trabajaba secretamente para el Estado opresor.

El mismo que

le hablaba al niño de mariposas en sus ratos libres.

El mismo hombre dulce que coleccionaba para él

sellos de correo y mariposas de mil colores,

y que lloraba cada vez que pinchaba una en el insectario.

La madre, en tanto, era un tranvía al pasado: desvencijada y ya sin líneas,

llenando sus ojos tristes de polvo y atardeceres rotos.

 

Un día, el niño limpió cuidadosamente el látigo.

Su padre, al descubrirlo más tarde, tuvo que morderse los labios

y apretar los puños.

Sin embargo, no le dijo nada. Le regaló una caja de bombones.

El niño había comprendido en su inocencia

que ese cuero endurecido, aunque mancillado de gritos,

era todo el ingreso del hogar. Lo que compraba mariposas.

 

Este mismo niño, manzana abajo, oyó un día

que un hombre del vecindario, despechado, le gritaba a una mujer:

"¡Eres peor que el cadáver de una semilla!" .

Y la frase le quedó ardiendo en las orejas

y quemándole la palma de la mano para siempre,

       como un clavo que ya llegaba tan puntual y tempranero

a su vida en bajada.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo la responsabilidad del mismo.

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