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Nevares

EL POLIEDRO Y EL MAR.

EL POLIEDRO Y EL MAR.

                                           Homenaje a Eduardo Anguita.

 

Cada cima, cada loma del mar bañado por la luna

es un ángulo recto a esta hora,

un cráter lleno de maldad.

La brisa trae mensajes fríos de palomas.

El cielo se ha detenido, acantonado en una plaza fuerte,

dispuesto a resistir.

El último jirón del espacio es una fuga roja

de violines alienados, peinados como copihues.

Es un cráter cada patio, cada estancia de la luna loca.

 

Cada monte, cada valle, cada uña del mar,

de la mujer rosa marítima, roza una cicatriz de espanto.

Tengo el alma enferma de tangentes,

de turgentes sombras a babor, hinchadas de ballenas.

Aunque el mar, generalmente, es un santuario de sal,

no me devuelve la fe sino a gotas de medallas.

Aunque el mar es un remolino, hoy es una dura bofetada,

gracias a Dios, sólo un día a la semana.

Me desangra entre sus dientes, sus molinos de piedra, sus cascabeles,

y cambio, no sólo de semáforo, de rojo a verde, a olivo,

pasando por la muerte, el desnudo y el olvido.

¡Qué sombra sin labios!

¡Qué enorme escenario sin actores ni cortinas!

Ahora, es una sirena enloquecida;

después, un muslo lleno de pavor y gritos de guitarra.

Su sangre derramada como un vino

a lo largo de mi pechera, en la cimera de mi camisa,

con sus frescos ojos de mirar de vicio, de vidrio impuro;

boya única su ombligo donde cambia de dirección el viento,

donde se desnudan, suicidándose los cometas bajo el sol,

mientras cae un rocío de leves azucenas,

y los pulpos desatan el nudo de sus pies.

 

El mar da doce volteretas de sal y resucita

en las estatuas heladas de sus orillas,

de sus rodillas tan cristianas, ¡tan crisálidas!

y me convence con sus espejos

donde pululan arañas gigantes,

granates finos de orfebrería,

y esa voz casi madre, casi niña,

sediento de sonidos y de átomos.

 

Soy el nuevo Ulises,

partiendo de Ítaca en una barcaza,

remendadas sus velas por el destino.

Es el pábulo de mi sangre, el pabellón a proa.

Es mi estancia que gira sin estrellas, sin luna,

de tabernáculo en tabernáculo,

en busca de la hostia marina

escondida en el fondo de tus ojos.

 

Mi duda,en tanto, es enorme, densa, como una gota de parafina

contenida en una botella falsa que flota a la deriva.

Gotea el cáliz en las lejanas viñas,

las simientes de rodillas rotas,

en cada herida, la flor de un niño.

 

Sé que me esperan en casa,

y son dos monstruos, Penélope y su hijo,

nuestro hijo,

padre de todos los monstruos paridos.

en tanto yo marche

por el mar y sus estatuas vigentes y vírgenes

en una gira, en torno al dios primitivo, y ciega,

segando los remolinos como trigo.

 

Autor: Héctor Cordero Vitaglic (Julián Rojas).

Derechos Reservados bajo responsabilidad del mismo.

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