EL ESPANTAPAJAROS.

Al alargarse, tu sombra acuchilla la lejanía
como una daga bañada en sangre tinta.
Sé que mis ojos humanos siguen allí
donde vuelan los pájaros de cola amarilla.
No caen mis lágrimas como gotas de cera sobre tu imagen
sólo para no incendiar la floresta.
La latitud del mundo queda hecha desde ahora
del temblor de las sienes de la que se marcha
abonando su sombra sobre la tierra.
Y la longitud, la huella marcada por la mirada hospitalaria
del espantapájaros
que no pudo hacerte la señas del adiós.
Volverás una tarde para nacer de nuevo
en el bautismo de estas terceras aguas de la pasión.
Mientras tanto, yo devoraré todo lo que sea fijo y amargo,
para arrancarme esta dulzura mal enquistada.
Las sombras que giran más allá de mis brazos muertos como remolinos.
Mis ojos, dos botones grandes e impávidos.
Mi sonrisa, un trapo de otro color, cosido sobre el rostro
con alambres.
Y vase alargando tu alma, hasta desaparecer.
Hasta que en el retrato del recuerdo quedan
dos pequeños puntos negros, mínimos, como dos hormigas
que le pican a la pared, haciéndola reír.
Parece temblar como hojarasca mi corazón, hecho de paja.
Y caen unas lágrimas al fin
sobre el maquillaje de mi carne.
Autor: Julián Rojas.
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