EL BAILARIN.

Sus propias piernas se le clavan
en el corazón al bailarín.
Así es que, cuando da el último salto,
la cabriola que enloquece a la multitud,
va cayendo muerto en el aire.
Es como un resorte suicida.
El público estalla en aplausos.
Hay sangre y lágrimas por todas partes.
Sangre en los telones.
Lágrimas en los pasillos.
Luto en las crónicas y en los anteojos
de los críticos de arte.
Pero la función continúa cada noche, inevitable.
Los muertos reviven para volver a morir en la escena final,
en los pasillos, en las crónicas, bajo los telones.
( Sería terrible que Pierrot olvidara a Colombina ).
La tierra es una roca incendiada,
una manzana enamorada que vaga por el cosmos.
Autor: Julián Rojas.
Derechos Resrevados de Autor bajo responsabilidad del mismo.
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