AL SUR DEL SENTIMIENTO.

A Federico Tatter, cantor y encantador del bosque.
Eternamente niño, como nuestro duende nortino, Andrés.
I
Bajo la hoja de un árbol se deshojan
los rayos de la tarde,
las sombras del camino.
Bajo la hoja muerta, la tarde lenta
...y el árbol mismo.
II
De un racimo de uvas nació la idea
de nuestros dedos fríos.
Después, mejorando el concepto,
llevamos a la viña toda la caricia,
como un milagro de luz.
III
Hay gallos en este silencio
profundo de la tarde.
Un pozo que, no por ser infecundo,
fosforea en el aire lleno de plumas.
IV
En esta tarde gris de julio,
las nubes dibujan en el cielo
unas morcillas.
Suenan cencerros en el aire.
Estrictamente hablando,
no existen las ovejas negras.
V
Espuela del agua
entre los crespones verdes y ariscos
de las viñas...
¡quién te oyera cantar tu tintineo de estrellas dormidas
cuando te quedas así traspuesta!
VI
Nos vamos, y no hay novedad.
Nuestra existencia es una fuga eterna. Una flauta.
El silencio muere cuando se detiene
a los pies inválidos del muro.
En nuestras alas, las cinco plumas doradas del adiós.
VII
Paisajes de otra vida nos transforman
más allá de las cercas,
más allá de las sombras de los álamos.
Morir es como cuando alguien dibuja tu sonrisa
y desapareces en el grano mínimo de tu piel.
Lo último que sientes es el calor de esa mano.
VIII
Rosa negra. Negra rosa del destino.
Rosa que nunca fue plantada en la tierra.
Y, sin embargo, floreces en mi certeza.
¿Qué importa que nadie sino yo te vea?
IX
Está por partir el barco del amanecer.
Han subido a bordo las abejas, las valijas.
Y entre las sombras de las acacias,
retrasados como siempre, tú y yo,
arriando nuestros sueños de niños hacia la cubierta.
X
Los espejos nada más saben reflejar el futuro, el presente.
Y sólo de tarde en tarde maravillosa,
como una broma macabra,
develan nuestras figuras jóvenes al ritmo de un fox-trot.
Pero ha caído la nieve en la pista de baile...
y los bailarines viejos nos desbandamos como garumas
bajo la tempestad del tiempo.
XI
Un gallo canta y encanta en el patio vecino.
No es el gallo de Pedro, sino el de otra traición, más reciente.
Es la oscuridad de la noche, bajo las estrellas negras,
crucificada en la figura de un espantapájaros burlón.
XII
Manzana, invicta manzana que pilotea
un gusano.
¿Cómo de ser tan comida a lo largo de los siglos
y a lo ancho del destino humano,
sigues siendo la misma?
XIII
El silencio está en todas partes.
Pero sólo en el cementerio, entre las losas ruines,
tiene la frente del recuerdo tan sólida.
Escucha, hijo mío, el rumor de sus sienes.
El silencio es como un pájaro que sobrevuela
las hojas en blanco que van quedando en tu cuaderno.
XIV
Pareciera que los caballos perdieron anoche el camino.
Que la tierra toda cojea de falta de herraduras.
Y sólo se oye galopar el viento.
Quejarse de tanta noche las lechuzas sobre los árboles.
XV
Esta es la oscuridad que yo te decía.
La oscuridad que cubre todas las oscuridades
como el magnífico garañón,
y se apodera de la luz ( la del alma y la doméstica ).
En ella toda lámpara,
y hasta nuestra propia ceguera es inútil.
XVI
¿Quién acortó el camino entre los abismos
que ya estamos de vuelta en casa?
Crujen en el establo el agua, el heno amarillo,
los ladridos blancos con que nos reciben las jarras
y el loco cacareo de los utensilios oxidados.
Mejor no miremos hacia atrás,
donde quedaron insepultas las pesadillas de nuestro viaje.
XVII
Es Dios, amor mío.
Dios, el Autor de todos los milagros.
Dios, quien abre los candados con sólo soplarlos
con su aliento.
Dios, que nos ilumina
en la sonrisa inocente de nuestros hijos.
XVIII
La copa del árbol brinda por el adiós.
Pero, en su inmensidad,
bebe por una inmensidad mucho más grande,
incontenible de amanecer, insaciable
aun para la copa infinita del árbol.
...Y nadie en la tierra sabe cuál es.
XIX
Los queltehues pasan volando tan cerca,
revelando secretos que quedaron amarrados
en los nudos del silencio, antes que la lluvia rompiera a cantar.
De ahí, las manchas blancas que enlodan sus alas.
...Su adiós metálico, como un martillo que gotea
en el crepitar de la fragua.
XX
Pequeña hoja verde,
llena de esperanza en el fervor enloquecido de esta jungla,
cuando en la urbe andan relojes tropezándose.
¡A ti también te canto!
XXI
El Rahue se da una vuelta por Osorno
y huye pronto hacia el mar.
Huye de las calles que lo acosan,
del alarido atroz de las fichas plásticas
que gritan su hambre sin mandíbulas.
Huye del remiendo de la pobreza,
y también de su remedio.
Va en busca de las espumas y las gaviotas.
Enceguecido por las luces de la avenida República.
Revolcándose en el lodo, como un toro ya viejo.
XXII
Esta es la última carta del naipe
que se juega el agua.
El ciclo de los nervios traerá de vuelta los incendios.
Los caballos del tiempo inician la trilla
para que renazca más sólida a la tarde la sombra del molino.
XXIII
Hay una lámpara singular perdida
en el fondo del bosque, del pinar.
Estos ojos, todos los ojos míos, mis propios ojos
para quien la encuentre, y pronto:
estoy ahogándome de tanta oscuridad.
XXIV
¡Qué cosa más increíble!
La solidez insigne de la tarde afirmándose en el temblor
de los vidrios llorosos de frío de las ventanas.
La veo en la frágil matita de dulcamara; como tu beso, amor,
justo en el borde, en los labios de nuestro abismo.
XXV
El caballo del invierno en nada se asemeja
al corcel del verano,
que renace bajo sus propias crines.
En verdad ¡no sé por qué se los digo!
XXVI
Estoy arrancándome algo, algo
que me sobra bajo el abrigo,
algo que tiene de tenebrosa telaraña y de sombra maligna,
...y descubro
que no hay suficientes espinas ni en los cardos.
XXVII
La torre de la catedral
no sé
por qué me recuerda
una pastilla, un caramelo
de menta.
XXVIII
¿No tendrá que ver la juventud
siempre eterna, siempre fresca de Dios?
Cuando entro a la misa
en busca de Su Palabra que revive,
me doy cuenta, en el temblor de esa menta,
que, todos: niños y viejos,
no somos más que unos niños.
Que unos gañanes, unos peones del mismo destino.
XXIX
Recojo frambuesas en el campo
hace tres veranos
para mis morrales llenos de hambre.
Le hablo a Dios y a los pájaros, mis amigos,
mientras cosecho,
mientras mis manos se mueven rápidas como mariposas.
...Y no por eso son más rojos mis labios.
XXX
Todo libro parece que huyera de las hojas naturales
del árbol,
como huyen los pájaros
espantados de su propia sombra que aletea en tierra.
Pero ¡quédate quieta, para leerme en tus ojos!
XXXI
Cae la noche y todo vuelve a la normalidad.
El libro de los sabios se cobija
bajo las alas del búho, que no pierde el tiempo
en dormir. Todo pasa por su pensamiento, para ser.
Lentamente, va convirtiéndose en árbol, en pensamiento fijo,
como un mascarón de proa milenario.
Desde mi lecho escucho el goteo de ese vaso comunicante,
y me siento más que nunca hermano de todos los hombres, Lavoisier.
XXXII
Reina la noche,
la estrella fugaz del miedo y la ignorancia.
Para nosotros, náufragos de la inmensidad,
apenas la plegaria de una lámpara,
las páginas de un libro reconfortante.
Nos atrincheramos bajo las sábanas
...hasta que llega el alba, pezpunteando
las líneas borrosas del camino.
XXXIII
Los gallos despiertan con el oro del sol
en sus tricornios.
Con el nuevo grito de libertad.
Traen de regreso a Marat, a Robespierre,
en lo alto de sus córneas.
Las sombras de un rey, de una reina guillotinados.
En la inmensidad de la mañana y del campo, siento
que sólo con sangre se pintan los paisajes de fondo.
XXXIV
LLueve.
En la borrasca del agua y del viento
se nos olvida todo el presente, el pasado todo,
como al viejo pizarrón de la escuela.
Sólo el ruido del arado
y el mugir de las vacas nos mantienen vivos.
XXXV
¡Oh tú, maestro jornalero, zapatero,
hilandero del tiempo fugado!
¡Tú, gusano que pasaste todas las pruebas
de este largo aliento...,
tú eres el verdadero maestro!
Que no lo escuche el búho,
mientras caen las hojas con los árboles.
XXXVI
Antes de marcharme, no podría dejar de mencionar
la palabra niebla ( camanchaca ), la palabra eclipse,
la muy triste palabra plenilunio.
Una palabra tan larga como Antofagasta
y una tan breve, como necesaria: paz.
Paz al caminante y al que habita el alquitrán.
Paz al hermano mayor y al hermano menor:
me refiero al búho y al hombre, respectivamente.
Yo no estoy hecho como ustedes, hermanos míos
sólo de huesos y carne y silencios: ante todo de palabras.
Palabras que me vienen de los libros, de mis hermanos búhos,
de mis árboles padres.
Autor: Julián Rojas ( Héctor Cordero Vitaglic )
Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo
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