EL MAR DE TALTAL.

El mar es ancho, con la maldita señal
de la sal en la frente.
El mar es una fuga de estrellas
sobre el abismo de su herida tan honda.
Una copa de oscurecida miel, donde el cielo
baja a beber constelados recuerdos.
El mar es una ciudad sumergida en la noche
que nos mezquina sus profundos secretos.
Pero, de día, despierta. Y nos golpea,
enardecido por ello,
con carretones cargados de piedras.
El mar que acorrala las casas contra el cerro,
y tiene, en su locura azul, en las calles, cuesta arriba,
silenciosos muelles para desembarcar su furia.
Hay una pléyade de lanchones en la bahía,
circunspectos, graves, salitreros,
mecidos más que por el mar, por la nostalgia.
Lo que no ha logrado el olvido, quieren hacerlo las arenas:
tragarse a Taltal.
Enterrarlo en sus viejos hoteles sin pasajeros.
Sepultarlo en el aullido de sus trenes ausentes.
En el exilio feroz de sus gentes.
En sus tiendas decapitadas por el progreso.
En su cine Alhambra, inválido y ciego.
Taltal es una historia de mar bravío
y de caliche ingrato.
Una manzana agria de madera
donde han fracasado todos los gusanos.
Una inmensa forja de metales humanos
que algún día amenaza con agotar sus martillos.
Yo nací allí, un veinte de mayo.
Bañado por el mar ancho y escarnecido de estrellas.
Y llevo, escondida, encima de mis penas
la señal de la sal en mi frente.
Autor: Julián Rojas (Héctor Cordero Vitaglic)
Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.
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