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Nevares

ANTOFAGASTA,EN LA MAÑANA DE UN DOMINGO.

ANTOFAGASTA,EN LA MAÑANA DE UN DOMINGO.

La mañana del domingo se asemeja

a las arenas inertes de una playa

que recobra su conciencia de abandono, su estancia fatal.

Las olas parecen desmayadas tras la juerga de anoche

y la luna es igual a un recorte de cartón de ella misma.

Los hombres duermen en sus altos nidos de araña

y el sol anda, inevitablemente despierto, sediento

de conversar con alguien. No encuentra a nadie.

Toda su solemnidad es inútil vaso vertido, copas de vértigos desnudos.

Su redondez inmensa, simple artilugio de utilería.

 

Y, sin embargo, este es el Norte: infinito, pleno, indómito;

es el tráfago, el descalabro de Antofagasta,

ensimismado de cerros,

coronado por un ancla tan soberbia como maciza.

¡...Y el sol, entretanto, ocioso! ¡Sencillo mortero de piedras!

Silencio y soledad son hermanos a esta hora, enmascarados

por la sal del mar y del desierto inhóspito.

Al frente, casi abrazando el infinito, el istmo,

las islas guaneras, el roquerío insomne y marítimo.

...La muerte está paralizando toda actividad en una estalactita

de estratos duros y sin tiempo.

 

Si París tiene una catedral y una misa, una torre y un río que cena;

nosotros, la oquedad del infierno, hecha de caliche y yodo.

Huellas que parecen no llevar a ninguna parte precisa.

Buscavidas, como yo, sin preámbulos; aunque sin mucha esperanza.

El periodismo, inquieto, latente, en pleno desarrollo.

Los intelectuales de carrera y las figuras señeras, insepultas;

y de ahí, precisamente, el canibalismo salvaje que se practica a diario.

Es cierto, el pasado continúa casi intacto, pero...

¿desenterrar tantas veces a los muertos, vistiéndose con su ropaje?

¡No! Siempre  habrá un quehacer nuevo. Un "carpe diem" más urgente.

Les propongo, mejor, una simbiosis más novelada,

que, bien podría llamarse: "Los Día(z) del Gavilán".

Un perfecto empate técnico. ¡Y acaben las peleas!

"Que los muertos entierren a sus muertos", según se dice.

 

El pensamiento, quiérase o no, despierta y se renueva.

Es mejor equivocarse que quedarse quieto.

El viento se vuelve cada día más joven, como la ciudad,

abominando de sus viejos papeles, de sus registros.

Más de alguien se enojará por esto que digo,

pero es así la realidad. Poco culta.

Ambos, ciudad y viento no quieren tener edad; como los hombres, memoria.

Sólo quieren disfrutar de la aventura libre de cada hora.

¡Eso! Como un jinete ávido,

laceando todo lo que transcurre bajo el sol.

 

Enmarañada de calles y pasajes,

entre los altos telares de sus edificios, también joyas de orfebres,

Antofagasta

entra a reposar bajo el relente solar y el sudario del mediodía.

 

El mar es como una odalisca que, por fin,

se ha cansado de bailar a los pies del sultán tiránico.

Mas la ciudad misma no es una perla ociosa

como aquellas del Mar Índico. Es toda una joyería abierta

al resplandor del desierto y la perspectiva. Y si reposa a esta hora,

es sólo porque la noche de anoche ha sido muy larga.

 

 

Autor: Héctor Cordero Vitaglic.

Derechos reservados de autor, bajo la responsabilidad del mismo.

 

 

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