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Nevares

LA GRAN FIESTA.

LA GRAN FIESTA.

Nosotros dos somos los rezagados de la Gran Fiesta

en este cielo obscuro de mediados de noviembre

cuando todavía se proyectan las sombras borrachas.

En pleno corazón del Sur. En el Osorno que hemos elegido para vivir,

donde coincidían las encuestas ganadoras de los dioses celtas.

Entre los restos de los días, como pedazos rotos de velas amarillentas

del barco que los llevó a todos a salvo, menos a nosotros.

¡Ah cómo duele el escenario enorme y vacío! Duele como una gran boca abandonada

llena de quejidos y de gérmenes.

Alguna vez hubo allí un sortilegio de lunas y un dentista. Sonrieron.

Como sonríe la moneda desenfundada del bolsillo.

 

Alguna vez se plantaron rosas

y salimos a la terraza, a tomar el sol, desnudos.

Sol...,esa sí que es una palabra extraña, como las runas,

como los cantos de los druidas que platean el bosque.

Ahora sólo nos queda la concavidad de la mano,

la forma de la espada en la palma atónita,

el pliegue de la garganta que pasa de largo.

El cielo es más obscuro que un jilguero.

Como si un lagarto se hubiera atravesado justo en la lente,

al momento tan pagano de tomar una fotografía.

Y fumamos por conjuro,

y es el humo oscuro, torrencial, lo que aparece en primer plano.

 

No hay otro ruido que el ruido de las estaciones apagadas

y el imaginario de los rieles oxidados.

El corazón que se arranca del pecho, para saludar con la mano

al fantasma de la otra orilla del Rahue.

No es el mismo rostro ni el mismo nombre de cada rosa.

Es la tarde cenicienta por el lado de las costuras, de la arpillera.

Son los ojos dados vuelta hacia el costurón del olvido

y las raíces de todas las cosas que pasan volando.

Con nada humano ni divino se conjugan las ráfagas del viento y de los violines.

 

Cada lágrima tiene la compleja estructura de una catedral.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

¿ARTE?...¿POETICA?

¿ARTE?...¿POETICA?

Descubrí que lo que se odia en el poema

no son los versos sino la música;

la melodía que nos recuerda

esa doble corrida de unos dientes

que ya nos sabemos de memoria.

Y sé también lo que se adora:

la imagen extraviada y novedosa

de un nuevo sol, frío y lleno de hiel.

 

Yo pasaba por allí, casualmente,

cuando di con la razón,

oculta bajo mi nostalgia.

La vi como a una niña que arrastra su rubia muñeca de las trenzas.

Igual que a la araña que se refocila con la presa

iluminada ante sus cuatrocientos ojos miopes.

Yo pasaba por allí, con mis tristezas,

y con mis sabias orejas de búho y tabernas.

 

Pero una cosa es que yo vea los cocodrilos

y otra, la agilidad de mis piernas de mamífero, para huir.

Lo que me costó, supieran, aprender a nadar en el tintero,

a luchar contra las mariposas de su maldad.

Nadie quiso fiarme la habilidad que tengo

siempre en entredicho, según le consta al médico.

Ha descubierto, enquistados en mi cuerpo,

tumores de Vallejo, de Neruda; incluso, una sospechosa tos de Darío.

 

Y, claro, hago milagros con la vida prestada.

Cuando hace frío y no hay leña, incendiamos los poetas el piano.

Quemamos todas las golondrinas en el vestíbulo.

Nos arrancamos el pelo. Nos sucede exactamente lo mismo.

Yo fumo, amo, orillo, me duermo y cavilo,

velando mis oscuras y verdes excretas en el baño.

Que cómo llego hasta fines de mes con mi cadáver,

ése es otro cuento.

Cada vez que escribo un poema, le entrego mi rostro a las ratas

y al hombre pobre que camina a diario, equilibrándose hasta el sol.

Pero eso, quién lo sabe...

¡y a quién le importa!

Lo que se nos exige es saber seccionar en dos un pelo y a lo largo

...con un solo golpe de sable.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

EL DESTERRADO.

EL DESTERRADO.

Ya no me llama nadie desde el Paraíso.

Nadie me pide que le escriba,

que le hable de las novedades de zarzamoras,

cardos y ortigas;

de los enemigos de la Humanidad: pelícanos, cuervos,

lechuzas, erizos,,,chivos.

 

Antes, intercambiábamos puntos de vista.

Había comercio próspero entre las dos naciones.

Algunos venían a conocer a Lilit,

aunque lo que hacían en el fondo era hablarme sólo de la Eva

de cabellos distintos que dejé atrás.

¿Todavía existe allá la costumbre bárbara de imponer los matrimonios?

Aquí, los perros pueden mear donde quieran

y los muchachos les pintan bigotes a las estatuas de los héroes.

 

Ahora hay un silencio que da miedo en la frontera.

Como si hubiesen desbarrancado montañas enteras en ese abismo.

Peor aun.

Porque tal hazaña haría que pariera la negrura de la noche.

Pero no. Esto es mucho más sordo. Es como cuando se quedan dormidos

los buzos bajo el peso del océano y de sus escafandras de plomo.

 

Tanto olvido, que ya no se sueña.

Como si en vez de almohadas, tuviéramos piedras bajo las cabezas al dormir.

Es casi un odio. Pero no concibo el odio de ninguno de los dos lados.

Es sólo una amnesia dirigida. Aunque hasta la amnesia tiene sienes y espaldas.

Y donde no hay culebras, habrá al menos lombrices.

 

...Ya no me llama nadie desde el Paraíso.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

 

 

 

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COMO SIEMPRE, TAN TEMPRANO.

COMO SIEMPRE, TAN TEMPRANO.

Como siempre, tan temprano,

la hora de la madera.

No alcanzo a desayunar,

cuando me llaman las llamas.

 

Los cantos de los leñadores,

hiel pura, pura albahaca,

aun no se levantan contra el cielo

grisáceo.

El valle: una pintura corrida

en el ojo de Chagall.

 

Pesa dos veces el acero del hacha:

en la conciencia y en la mano.

¡Vamos! que esto no es lo mismo

que trasquilar ovejas o nubes.

Es el goteo de todos los caños malos.

Gotas de puro metal.

 

La oscuridad que se cuela

en la más absoluta de las noches,

y sin la miel de los panales.

El lado fijo contra la borda de la nada.

El cero, sin el adentro del otro infinito.

...Sólo el ¡zas! que corta el cuello.

 

¡Y ni siquiera nos avisan!

Como cuando los ladrones,

por el forado de la noche, descuelgan

el muro completo, sólo por llevarse un cuadro.

...Y adiós, horizonte.

Adiós, luz del mediodía en papel bliblia.

 

Adiós, hasta la médula del barco,

y el recuerdo vivo con sus orillas.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

TU SILENCIO.

TU SILENCIO.

Tu silencio es redondo y lleno de alfileres

como los brazos del reloj del ciego

que vacila bajo el sol.

 

Frágil y lleno de misterios

como la vista previa de un campo de batalla

donde ya agonizan espadas y corceles.

 

Parece que siguiera el fluir

de las arenas del tiempo

en las copas gemelas del cristal.

 

Y sólo porque la vida es más fuerte,

nacen, en tanto,

pequeñas criaturas en la superficie contenida

del estanque de la espera.

 

Y cuando retornas a mí, como una mordida de no sé qué razón,

algo falta en el viejo molino de agua de tus vueltas,

que se queja con sus aspas hambrientas el instante.

 

Es algo que está sobrando y se desencaja

en el universo de tu sonrisa cierta,

allá en el dormido pizarrón del paisaje.

...O tal vez sea sólo un rumor de espigas.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

EL ESCUCHA.

EL ESCUCHA.

Soy el Escucha en este mundo sordo y vacío,

casi deshabitado.

La poca gente que queda en pie está encerrada en Wall Street,

pendientes de las últimas transacciones comerciales.

Uno solo es el Rey del Cobre, otro el del Trigo,

aquél el del Petróleo; y ése de más allá, el de los Diamantes y el Oro.

Lejos de aquí, en el corazón apestado del Africa, en la Amazonía lunar,

en la ya cálida Siberia y en la inundada Mongolia,

vagan, hambreadas, algunas tribus tan primitivas como inocentes.

Mañana será el primer día, desde que se inventó la linotipia,

que no saldrá ningún periódico a circulación.

No irradiarán las antenas las noticias de la televisión.

Porque las novedades ya están agotadas.

Y el deseo de saber se ha apagado como una pequeña lumbre en el alma del hombre.

 

Los policías, los jueces, los abogados, los notarios,

los congresales, los gobernantes, los científicos, los eclesiásticos,

todos los que conformaban las fronteras de la civilización y su cuerpo,

el orden pagano y sagrado, ya no existen.

Ahora el mundo es una simple suma de individualidades.

Me quedó esta oreja pegada a la conciencia y esta lengua atrevida,

veraz y parlanchina, incorruptible.

Mis ojos han asumido el papel de la lente de una cámara fotográfica,

y voy registrando todo como si fuera un empleado del International Geographic.

Como si mi único deber sea

escribir el último almanaque.

Me desplazo a pie, con un cansancio infinito por las avenidas,

pues hasta los taxistas abandonaron sus máquinas.

 

Entro al corazón del hombre y veo sólo egoísmo o maldad.

Su hígado está lleno de carburante

y su corazón es una yesca reseca próxima a estallar.

 

Me comunica Dios que me aleje a tiempo. Que soy el Testigo.

Que me ponga a salvo en las Alturas del Golán o en el Ararat.

Que el próximo diluvio no será de agua sino de fuego.

Que lo de las Torres Gemelas apenas fue un pálido ensayo.

Que huya pronto y que no mire hacia atrás.

"Julián,- me dice-, eres Lot, el sobrino de Abrahán, que se repite en la memoria castigada.

Y tú, Berenice, la Edit que no cometerá el mismo error de antes.

Aléjate de las malas habladurías y de la sal.

Después, cuando Yo barra todos estos estropicios,

fundaré una nueva raza con ustedes dos. Tengan fe en Mí".

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

 

 

ENTRE EL UNO Y EL CERO.

ENTRE EL UNO Y EL CERO.

¿Cuándo cesarán tus misterios?

A lo mejor, lo que debo preguntar es cuándo

acabarán los días inciertos.

Cuándo las cosas dejarán de caer hacia abajo y se precipiten hacia nosotros.

Cuándo las sumas y las restas

queden confinadas sólo a las matemáticas, y no nos salpiquen.

Cuándo ya no se sorprenderán mis sorpresas con tus números nuevos:

esas sombras entre el uno y el cero, entre el cinco y el seis.

Y cuándo dejarás de pedirle perdón a Dios por tus secretos.

 

Te lo he dicho hasta el cansancio:

mi cuerpo es esta cama desvencijada.

Y esta soledad de hombre solo es toda mi alma. Y no hay más.

Y estas paredes llenas de escritos robados a la nieve,

y estos disparos contenidos y estos gemidos que rondan los pájaros al atardecer.

No tengo más mañana que este cuarto ardido por los cuatro costados,

y no más novela que mi vida toda, que ya conoces de memoria.

Nada que declararle al ángel que lo ve todo

por encargo expreso del Señor.

 

Mi número es un uno entero, sólido, macizo, como una barra de oro o de chocolate.

Más allá de la nieve y de los pájaros comienza el cero.

 

Y cuando tú dejas caer una piedra, una duda,

se alteran las ondas del Universo.

Mis poemas, los retratos de mis abuelos perforan las paredes,

los dibujos que te hice salen disparados hacia el infinito.

Se astilla de barro mi taza de café

y hasta el simple fumar se vuelve algo estúpido, atorador, amargo.

 

Y al calmarse las ondas, todo vuelve a lo normal:

el pájaro retorna al nido, la cebra a la sabana de Africa,

y mi corazón, como un canario atormentado,

se hace oír de nuevo bajo mi pecho.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

AGRADECIMIENTOS.

Comunico a mis lectores, como a los del Círculo Literario Melipal, que en la semana recien pasada procedí al registro legal de mi seudónimo JULIAN ROJAS ( Nr 3068 ), así como el de mi primera novela ("CABELLERA DE BERENICE", Nr 174117), la que he presentado con misma fecha ( 25/09/08) en tres de las más importantes casas editoriales como alternativas de su publicación para el próximo año. Aprovecho la ocasión tan propicia para agradecer sinceramente a mis visitantes y comentaristas por el evidente estímulo que han entregado y continúan haciéndolo día a día hacia mi persona y mi arte. Esto me compromete cabalmente a seguir brindándoles a todos lo mejor de mí, en esta difícil tarea que es la literatura y que he emprendido hace cincuenta años para entregar, sea una sonrisa, una emoción o un simple guiño lúdico o intelectual al paciente lector, y ayudarle así en su propia tarea de vivir mejor o de subsistir en la esperanza de un mundo mejor, que es lo que soñamos los hombres de bien. Gracias.

REMANDO, ENCADENADOS AL ATAUD.

REMANDO, ENCADENADOS AL ATAUD.

Remando, encadenados al ataúd.

 

La muerte nos tritura los talones

para impedirnos todo amago de regreso

y borra las señales de los caminos.

Por eso parecen tan desolados los senderos,

ahogados por la lluvia del Sur.

Nuestros sueños chapotean en el barro.

 

La muerte nos deja como único consuelo

la floja memoria de nuestros ojos

que es como una vaga centella que apenas cruje y se apaga.

Que es el vuelo errático de una golondrina ciega,

o como un viejo mapa desbastado.

 

Dios ha hecho no sé qué pacto con ella.

Dios, nuestro padre verdadero,

nuestro hermano mayor. ¿En qué estaba pensando?

Nos pone a prueba en la recta final,

donde nos arrastramos como un gusano.

Sólo tú quedas allá arriba, sobre el pasto entristecido,

caminando fiel.

Tu amor es el único templo abierto.

 

La vieja loca y roñosa nos da de latigazos,

encadenados al ataúd,

porque la barca no avanza un ápice.

No sopla ni el viento del silencio.

Las piedras impiden moverse a la marejada de la tierra

y estamos lejos del influjo de la Luna.

Y más lejos aun de cualquier puerto.

No hay velas sobre el cajón, ni gobernalle.

 

Es hosca, es hedionda la sentina.

El agua nos inunda hasta las rodillas.

Todo el espacio está lleno de unas ratas gigantes.

¡Dios,

cómo roen estas bestias!

Y más nos golpea la vieja loca en las escápulas amarillas.

No hay quién me convide un cigarro.

En verdad,

no sé qué hacer con mis manos

que me sobran sobre el pecho ¡enormes!

Y qué hacer con las horas del reloj,

mil veces más fuertes, mil veces más redondas que allá afuera.

 

¡Silencio! Que vuelve la muy canalla.

Huele. Observa. Repasa.

Su mirada de cuervo es un silbido insufrible.

Su oído es más fino que todas las campanas.

¡Ah, pero su odio sí que no tiene igual!

¡Dios mío...! ¡En qué estabas pensando!

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos reservados de autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

 

 

 

ENCADENADOS AL SILENCIO.

ENCADENADOS AL SILENCIO.

Encadenados al silencio, los muertos tuyos y los míos

no pueden eludir una simple piedra,

no pueden apartarse de la línea recta

de su recuerdo fijo.

 

Los muertos no saben encontrar bajo la tierra inhóspita

otro exilio que no sea el de la triste oscuridad,

y aun así el silencio se niega a revelarlo en sus ojos.

Bronce del que ha huido la realidad,

la inmensidad ecuestre del animal,

dejando al jinete en el aire

y el molde vacío del cabalgar.

 

Los muertos no tienen otro oficio que el esperar

pacientes

que el candado del olvido se abra solo o se oxide.

 

Es que son como los vigilantes viudos de la mirada

montando guardia al atardecer,

frente al cuartel, con el sol ya destruido.

 

Los muertos han perdido el anillo de compromiso con la memoria,

y, en castigo, no bailarán el vals con las novias,

la noche en que se casen ellas con el enemigo.

Por mientras, duermen. NO hay nada allá afuera,

a excepción del viento sin rostro.

 

No importa que Uds lo ignoren:

es mentira la fiesta de los vivos, muertos.

Incapaces de sueño,

flotan a la deriva los globos.

Ellos también lloran por ustedes.

¡Están clavados en sus recuerdos que explotan!

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

LA RAZON DEL VIAJE.

LA RAZON DEL VIAJE.

El silabario siempre fue la serpiente

de la antigua sabiduría.

Ahora, hay que renovarlo, oxigenando las palabras,

pues ya no necesitamos culebras sino cohetes para viajar,

para ir cada vez más lejos.

No habrá una nueva América. No nos servirá de nuevo

el argumento de la espada o la cruz.

Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo manipular lo que huye del papel,

de ese río seco,

y que también escapa como el trueno de nuestras bocas?

 

Lo que tenemos es un lenguaje de almacén;

gestos procaces, a lo sumo.

Manchones de tinta en los muros.

Y se espera de nosotros una voz patriarcal, hierática,

para salir a conquistar otros mundos.

O corremos el riesgo de que nos consideren

estúpidos animales mudos. Y todas las maravillas pasarán de largo.

 

No nos vaya a suceder lo que le ocurrió a Ulises.

Tanto vagar para qué,

para volver, cabizbajos, a Itaca,

a la patria de plomo, de fuego, de nostalgia, de cenizas.

 

En verdad,

nos jugamos todas las cartas del futuro en unos versos.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

EL JOKER DEL NAIPE.

EL JOKER DEL NAIPE.

La casa del joker del naipe es demasiado original,

para envidia de los bufones no profesionales.

Aunque cree en Jesús como el hermano mayor,

como el paladín de las injusticias, su recámara carece de calefacción.

Se protege del frío otoñal bajo el rumor

de las hojas que han perdido la memoria en los parques.

 

No se sabe si fue expulsado del sindicato

o si huyó, naturalmente, aprovechando una extraña ráfaga de violines,

y cansado de los depredadores de su carne.

Como sus botas quedaron prisioneras en su casa del Norte,

no puede rehacer la dura estepa ( y esto no es un chiste, aunque lo parece )

que cruza desde las orejas hasta las sienes.

 

¡Pobre joker! No sabe otra palabra que decir que sí a todo

en el idioma formal de la nieve, en la lengua del rayo, y hasta en cosaco.

La cara del joker tiene la extraña particularidad

de ser como el molde de todos los hombres, recién salidos de la fábrica,

un poco antes de serles conferidas sus propias identidades

y, después ¡claro! del pecado original.

 

Toda luz lo confunde. En todo cauce cree ver a su madre muerta.

Y toda hebra de lana le recuerda a sus primas lejanas.

Entre sonatas y despedidas de soltero. Entre tormentas y atardeceres de barro,

sobre el paño perfecto de la mesa real, es tambor y patria,

sonajero, timbal reluciente.

Nadie puede calcularle la edad, a riesgo de perder su vida.

Su cercanía tiene sólo dos dimensiones: el grito del júbilo y el del desengaño.

 

Lo encontraréis en la pulgada de madera, en el pelo de la causalidad

en que cada quien escapa de su muerte.

En la mitad del pescuezo del caballo ganador. En la centésima

que separa a los atletas de la gloria o del fracaso.

En el doping positivo que acaba de arrojar el rojo de la bandera.

En el viento excesivo que invalida el récor de la carrera.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

ESTAMPIDA DE LAS HORAS.

ESTAMPIDA DE LAS HORAS.

Camino con una rosa que me mira

con los ojos llenos de asombro del jardín.

Paso al lado del lodo

que perfuma con su silencio todas mis andanzas.

Y ella sonríe con los fulgores del vino que contiene la luna llena.

Y su sonrisa es más cautivadora que un pantano.

 

Hablamos de libros y de canciones, jamás de pájaros ni cancioneros.

Hablamos de nuestros respectivos amores

con el calor y la nostalgia con que uno se pone el piyama.

Y cuando la dejo en un taxi, no regresa al jardín

sino a una casa de madera, donde vive sola con sus padres.

Vive deseada y sola. Con su guitarra, con sus canciones.

 

Esta es una historia donde me puedo equivocar de nuevo.

Puedo no dar con la luz del herbario.

Aunque sospecho que están listos los tacos para otro evento, como los de antes,

cuando las piernas se echan a correr, independientes del cuerpo

y sin esperar las órdenes del cerebro.

Las calles yacen estrelladas por la lluvia. Y hace un frío como para abrazarse.

Como para renunciar.

Un frío para equivocarse de noche o de planeta, de mujer.

 

Porque sus ojos son todo botón que amenaza con caerse.

Sus pestañas están llenas de barandas frágiles,

peligrosas para los habitantes que vienen del mar, como yo.

Y siento el latido de sus crujidos, los más pequeños,

las chispas de electricidad saltando de neurona en neurona...

esperando por el punto preciso del abordaje.

 

Ella, el sabor incierto en medio de la estampida de las horas.

Ella, dando un golpe de estado en la aurora.

Ella, en la cima del Everest humano, con sus ojeras, con sus orejas pequeñas,

con su sonrisa de tierna cebolla.

Sólo me salva del embrujo, el taxi que llega puntualmente a la escena,

con la banderita "libre" del destino esta vez a mi favor. Y la beso al despedirme.

Y ese beso mejillero me libera, y vuelvo a ser el mismo.

Aunque con el alma toda arrugada por sus ruegos.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

UNOS SUEÑAN EN COLORES; OTROS, EN BLANCO Y NEGRO.

UNOS SUEÑAN EN COLORES; OTROS, EN BLANCO Y NEGRO.

Mientras Phelps grita sus preseas de oro

en Beijing...,

en mi barrio, una pobre anciana

reclama tres modestas fundas de porcelana,

para volver a sonreír.

 

 

Autor. Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

RECADO PARA UNA AMIGA ENFERMA o EL ARTE DE VOLAR.

RECADO PARA UNA AMIGA ENFERMA o EL ARTE DE VOLAR.

Pasado el mediodía, el sol arranca a los riscos todo el sudor de su precario equilibrio. Y mientras abajo las rachas de viento lanzan las masas de agua contra el destino y las rompen en infinitas lágrimas, en lo alto, qué momento ha elegido el ave, dándose un impulso con sus patitas engarruñadas de frío, para dejarse caer al abismo...y aprender a volar.

Hay hombres hechos de esa materia suicida, condenados al eterno vaivén de la cuerda floja, en una realidad no menos áspera y cruel. Sólo pueden confiar en los cambios propicios del viento y en la majestuosidad de sus alas, para sobrevivir. Y no es cuando rebotan en el aire caliente, subiendo y bajando, desplazàndose por vías invisibles, por remolinos de gas que no parecen estar allí, cuando son más grandes. Sino cuando pierden el sustento y se hunden en la inmensidad, y, antes del impacto fatal, un segundo antes de despedazarse contra el roquerío, aletean con furor, con ciega disciplina, y vuelven a subir a la línea del horizonte. Y planeando airosos, se alejan de nuestra vista.

La naturaleza y el desafío siempre estarán allí, inalterables. Sólo el valor y el ave son transitorios. Que parece que en tales momentos lo supieran, y por eso ponen lo mejor de sí.

Le he dicho a una amiga enferma, que aprenda a volar. Que todavía está a tiempo. Que si no es ahora, ¿cuándo? ¿Sabe acaso la espiga de trigo, al madurar, al volverse hermosa diadema bajo el calor de la siega, que marcha destinada a las muelas del molino? Acaso también nosotros saciamos en nuestro destino el hambre de la naturaleza que nos exige ser plásticos y artistas en el vuelo, tan breve como misterioso. ¡Crece! Nos ordenan desde la profundidad del ser todas nuestras células. ¡Crece! ¡No tienes otra alternativa! El ave que llevas dentro de ti te lo ordena. Hay cientos de otras aves ( aquellas con plumas ) mirándote volar, jugarte la vida desde lo alto de tus sueños sobre los riscos.

Sólo por nosotros - sus acróbatas - es redondo, hermoso. amarillo y lleno de vida el sol.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo la responsabilidad del mismo.

BUZO SEXAGENARIO.

BUZO SEXAGENARIO.

La cachetada que nos da cada mañana la página en blanco

al sumergirnos en la profundidad irreal del papel,

en los químicos de que está hecha la gramática.

Buzo sexagenario que debe costearlo todo:

la cuota del sindicato,

el tubo de oxígeno, los fiambres,

la solidaridad con los naúfragos,

y hasta el arriendo de la escafandra.

 

Tengo la cara descompuesta, avinagrada.

Y todo este esfuerzo

para que nos sigan ignorando los lectores.

Menos mal que, advertido por Ulises,

no me dejo cautivar por las sirenas del mediodía.

En este Mediterráneo mío, son las vitrinas insoslayables,

esas mansiones con automóviles y con piscinas,

esos vestidos con cortes laterales más arriba de las caderas.

Y el ordenamiento civil redactado por payasos.

 

Al regreso de mi propio viaje épico, colosal,

me advierten que debo rellenar formularios y postular a un proyecto

para tener nombre, rostro, identidad.

La mitad del reino está en manos de unos juglares

que rayan muros, que arrojan jarras de agua

a los funcionarios públicos.

Y hasta los sacrosantos lugares libres, bajo los puentes,

que siempre fueron de los vagabundos,de los mendigos,

ahora pertenecen al Hogar de Cristo.

 

Sobrevivo apenas en el filo de una hoja de afeitar.

Bajo el umbral de una puerta donde nunca es tarde ni noche.

Detrás de los espejos destrozados por el mar.

Me persigno ante la hoja en blanco. Tiemblo. Apenas respiro.

Dios quiera que se me ocurra algo, y pronto.

Algo que impresione a los fríos señores

de las editoriales quirománticas.

Algo que conmueva siquiera a los piratas comerciantes de libros.

 

Buzo sexagenario, de provincia, para remate, busca

mecenas que le financie

el traje de neoprén, los fiambres del mes,

los cigarrillos,

el alquiler de la escafandra,

la plomada suicida en plena luna llena.

Y la desfachatez de un político en campaña

para hacer más soportable la cachetada de la vida,

de la hoja en blanco,

de la indiferencia del lector.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

AL SUR DEL SENTIMIENTO.

AL SUR DEL SENTIMIENTO.

A Federico Tatter, cantor y encantador del bosque.

Eternamente niño, como nuestro duende nortino, Andrés.

 

I

Bajo la hoja de un árbol se deshojan

los rayos de la tarde,

las sombras del camino.

Bajo la hoja muerta, la tarde lenta

...y el árbol mismo.

 

II

 

De un racimo de uvas nació la idea

de nuestros dedos fríos.

Después, mejorando el concepto,

llevamos a la viña toda la caricia,

como un milagro de luz.

 

III

 

Hay gallos en este silencio

profundo de la tarde.

Un pozo que, no por ser infecundo,

fosforea en el aire lleno de plumas.

 

IV

 

En esta tarde gris de julio,

las nubes dibujan en el cielo

unas morcillas.

Suenan cencerros en el aire.

Estrictamente hablando,

no existen las ovejas negras.

 

V

 

Espuela del agua

entre los crespones verdes y ariscos

de las viñas...

¡quién te oyera cantar tu tintineo de estrellas dormidas

cuando te quedas así traspuesta!

 

VI

 

Nos vamos, y no hay novedad.

Nuestra existencia es una fuga eterna. Una flauta.

El silencio muere cuando se detiene

a los pies inválidos del muro.

En nuestras alas, las cinco plumas doradas del adiós.

 

VII

 

Paisajes de otra vida nos transforman

más allá de las cercas,

más allá de las sombras de los álamos.

Morir es como cuando alguien dibuja tu sonrisa

y desapareces en el grano mínimo de tu piel.

Lo último que sientes es el calor de esa mano.

 

VIII

 

Rosa negra. Negra rosa del destino.

Rosa que nunca fue plantada en la tierra.

Y, sin embargo, floreces en mi certeza.

¿Qué importa que nadie sino yo te vea?

 

IX

 

Está por partir el barco del amanecer.

Han subido a bordo las abejas, las valijas.

Y entre las sombras de las acacias,

retrasados como siempre, tú y yo,

arriando nuestros sueños de niños hacia la cubierta.

 

X

 

Los espejos nada más saben reflejar el futuro, el presente.

Y sólo de tarde en tarde maravillosa,

como una broma macabra,

develan nuestras figuras jóvenes al ritmo de un fox-trot.

Pero ha caído la nieve en la pista de baile...

y los bailarines viejos nos desbandamos como garumas

bajo la tempestad del tiempo.

 

XI

 

Un gallo canta y encanta en el patio vecino.

No es el gallo de Pedro, sino el de otra traición, más reciente.

Es la oscuridad de la noche, bajo las estrellas negras,

crucificada en la figura de un espantapájaros burlón.

 

XII

 

Manzana, invicta manzana que pilotea

un gusano.

¿Cómo de ser tan comida a lo largo de los siglos

y a lo ancho del destino humano,

sigues siendo la misma?

 

XIII

 

El silencio está en todas partes.

Pero sólo en el cementerio, entre las losas ruines,

tiene la frente del recuerdo tan sólida.

Escucha, hijo mío, el rumor de sus sienes.

El silencio es como un pájaro que sobrevuela

las hojas en blanco que van quedando en tu cuaderno.

 

XIV

 

Pareciera que los caballos perdieron anoche el camino.

Que la tierra toda cojea de falta de herraduras.

Y sólo se oye galopar el viento.

Quejarse de tanta noche las lechuzas sobre los árboles.

 

XV

 

Esta es la oscuridad que yo te decía.

La oscuridad que cubre todas las oscuridades

como el magnífico garañón,

y se apodera de la luz ( la del alma y la doméstica ).

En ella toda lámpara,

y hasta nuestra propia ceguera es inútil.

 

XVI

 

¿Quién acortó el camino entre los abismos

que ya estamos de vuelta en casa?

Crujen en el establo el agua, el heno amarillo,

los ladridos blancos con que nos reciben las jarras

y el loco cacareo de los utensilios oxidados.

Mejor no miremos hacia atrás,

donde quedaron insepultas las pesadillas de nuestro viaje.

 

XVII

 

Es Dios, amor mío.

Dios, el Autor de todos los milagros.

Dios, quien abre los candados con sólo soplarlos

con su aliento.

Dios, que nos ilumina

en la sonrisa inocente de nuestros hijos.

 

XVIII

 

La copa del árbol brinda por el adiós.

Pero, en su inmensidad,

bebe por una inmensidad mucho más grande,

incontenible de amanecer, insaciable

aun para la copa infinita del árbol.

...Y nadie en la tierra sabe cuál es.

 

XIX

 

Los queltehues pasan volando tan cerca,

revelando secretos que quedaron amarrados

en los nudos del silencio, antes que la lluvia rompiera a cantar.

De ahí, las manchas blancas que enlodan sus alas.

...Su adiós metálico, como un martillo que gotea

en el crepitar de la fragua.

 

XX

 

Pequeña hoja verde,

llena de esperanza en el fervor enloquecido de esta jungla,

cuando en la urbe andan relojes tropezándose.

¡A ti también te canto!

 

XXI

 

El Rahue se da una vuelta por Osorno

y huye pronto hacia el mar.

Huye de las calles que lo acosan,

del alarido atroz de las fichas plásticas

que gritan su hambre sin mandíbulas.

Huye del remiendo de la pobreza,

y también de su remedio.

Va en busca de las espumas y las gaviotas.

Enceguecido por las luces de la avenida República.

Revolcándose en el lodo, como un toro ya viejo.

 

XXII

 

Esta es la última carta del naipe

que se juega el agua.

El ciclo de los nervios traerá de vuelta los incendios.

Los caballos del tiempo inician la trilla

para que renazca más sólida a la tarde la sombra del molino.

 

XXIII

 

Hay una lámpara singular perdida

en el fondo del bosque, del pinar.

Estos ojos, todos los ojos míos, mis propios ojos

para quien la encuentre, y pronto:

estoy ahogándome de tanta oscuridad.

 

XXIV

 

¡Qué cosa más increíble!

La solidez insigne de la tarde afirmándose en el temblor

de los vidrios llorosos de frío de las ventanas.

La veo en la frágil matita de dulcamara; como tu beso, amor,

justo en el borde, en los labios de nuestro abismo.

 

XXV

 

El caballo del invierno en nada se asemeja

al corcel del verano,

que renace bajo sus propias crines.

En verdad ¡no sé por qué se los digo!

 

XXVI

 

Estoy arrancándome algo, algo

que me sobra bajo el abrigo,

algo que tiene de tenebrosa telaraña y de sombra maligna,

...y descubro

que no hay suficientes espinas ni en los cardos.

 

XXVII

 

La torre de la catedral

no sé

por qué me recuerda

una pastilla, un caramelo

de menta.

 

XXVIII

 

¿No tendrá que ver la juventud

siempre eterna, siempre fresca de Dios?

Cuando entro a la misa

en busca de Su Palabra que revive,

me doy cuenta, en el temblor de esa menta,

que, todos: niños y viejos,

no somos más que unos niños.

Que unos gañanes, unos peones del mismo destino.

 

XXIX

 

Recojo frambuesas en el campo

hace tres veranos

para mis morrales llenos de hambre.

Le hablo a Dios y a los pájaros, mis amigos,

mientras cosecho,

mientras mis manos se mueven rápidas como mariposas.

...Y no por eso son más rojos mis labios.

 

XXX

 

Todo libro parece que huyera de las hojas naturales

del árbol,

como huyen los pájaros

espantados de su propia sombra que aletea en tierra.

Pero ¡quédate quieta, para leerme en tus ojos!

 

XXXI

 

Cae la noche y todo vuelve a la normalidad.

El libro de los sabios se cobija

bajo las alas del búho, que no pierde el tiempo

en dormir. Todo pasa por su pensamiento, para ser.

Lentamente, va convirtiéndose en árbol, en pensamiento fijo,

como un mascarón de proa milenario.

Desde mi lecho escucho el goteo de ese vaso comunicante,

y me siento más que nunca hermano de todos los hombres, Lavoisier.

 

XXXII

 

Reina la noche,

la estrella fugaz del miedo y la ignorancia.

Para nosotros, náufragos de la inmensidad,

apenas la plegaria de una lámpara,

las páginas de un libro reconfortante.

Nos atrincheramos bajo las sábanas

...hasta que llega el alba, pezpunteando

las líneas borrosas del camino.

 

XXXIII

 

Los gallos despiertan con el oro del sol

en sus tricornios.

Con el nuevo grito de libertad.

Traen de regreso a Marat, a Robespierre,

en lo alto de sus córneas.

Las sombras de un rey, de una reina guillotinados.

En la inmensidad de la mañana y del campo, siento

que sólo con sangre se pintan los paisajes de fondo.

 

XXXIV

 

LLueve.

En la borrasca del agua y del viento

se nos olvida todo el presente, el pasado todo,

como al viejo pizarrón de la escuela.

Sólo el ruido del arado

y el mugir de las vacas nos mantienen vivos.

 

XXXV

 

¡Oh tú, maestro jornalero, zapatero,

hilandero del tiempo fugado!

¡Tú, gusano que pasaste todas las pruebas

de este largo aliento...,

tú eres el verdadero maestro!

Que no lo escuche el búho,

mientras caen las hojas con los árboles.

 

XXXVI

 

Antes de marcharme, no podría dejar de mencionar

la palabra niebla ( camanchaca ), la palabra eclipse,

la muy triste palabra plenilunio.

Una palabra tan larga como Antofagasta

y una tan breve, como necesaria: paz.

Paz al caminante y al que habita el alquitrán.

Paz al hermano mayor y al hermano menor:

me refiero al búho y al hombre, respectivamente.

Yo no estoy hecho como ustedes, hermanos míos

sólo de huesos y carne y silencios: ante todo de palabras.

Palabras que me vienen de los libros, de mis hermanos búhos,

de mis árboles padres.

 

 

Autor: Julián Rojas ( Héctor Cordero Vitaglic )

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo

 

 

 

LAS LLAVES DEL HORIZONTE. ( A los viejos pescadores de Taltal )

LAS LLAVES DEL HORIZONTE.  ( A los viejos pescadores de Taltal )

¿Cómo hacen los pescadores para cruzar la línea del horizonte?

¿Se arrastran nadando entre el cielo y el mar,

y sus faluchos se quedan de este lado, esperándolos?

 

Detrás del horizonte comienza el reinado de la noche.

Brotan en la superficie grandes peces blancos, con ojos borrachos de luna llena.

Son pocos los temerarios que se atreverían a cazarlos.

 

Los pescadores se internaban en esa jungla

buscando el congrio negro, el congrio rojo de frescas agallas,

para, muchas veces, encontrar la muerte o la locura.

 

La abuela nos contaba de estas cosas, al acostarnos,

no para que nos diera miedo; para que nos durmiéramos más pronto.

Y al día siguiente, todo nos causaba pavor. Hasta las líneas del cuaderno.

 

En la taza del baño imagninábamos quizás qué monstruos abominables

dando vueltas en el fondo, alimentándose en esa pequeña oscuridad

de nuestros deshechos.

Mi estitiquez era monumental. Duraba semanas.

Me hacían tragar mis padres litros de purgante.

 

Nunca más picotear entre las comidas.

Y cerrar, cerrar, sobre todo, las ventanas que daban hacia el mar

con los dobles postigos de nuestra inocencia agraviada

por el ser más dulce que podíamos imaginar:

la abuela.

 

Quedaba prohibido mirar hacia La Puntilla, de noche, sin persignarse.

Era una lengua de tierra mágica, afiebrada por las leyendas.

Algo parecía deambular entre los roqueríos, en el estallido brutal del agua.

 

Sólo la vuelta del verano traía paz a nuestra infancia.

Aunque a condición de bañarse sólo en las orillas de la playa.

De jamás darle las espaldas al horizonte. Esa guadaña llamada lejanía.

 

Nos decía la abuela, que por eso bebían hasta embriagarse los viejos pescadores.

Remendaban al alba los delirios en sus redes rotas,

arrancándose a manotazos los demonios de la noche.

 

Al parecer, perdieron las llaves que abrían el horizonte.

Porque, cuando pasé por allí, años más tarde, no había nada.

Sólo un puñado de arenas oscuras y un pedazo de mar, tan tranquilo que parecía muerto.

 

Y no veo otra alternativa:

o fueron sólo un ensueño de nuestra infancia los pescadores

o nuestra abuela querida nos engañó siempre.

 

 

Autor: Julián Rojas ( Héctor Cordero Vitaglic ).

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

 

POESIA A ESCALA HUMANA, NO ASTRONOMICA.

POESIA A ESCALA HUMANA, NO ASTRONOMICA.

Huidobro a veces es una etiqueta de salón demasiado pesada,

un Ives Saint Laurent, un dictador de moda, limitante

como los bastones ortopédicos, como los frenillos, como una silla de ruedas.

Que los dientes y las piernas y los brazos crezcan para donde quieran ir.

Tú no les ordenas a tus piernas, "¡sube esa montaña!"

( menos aun si se trata de una montaña imaginaria ).

Son ellas quienes amanecen o no con ganas de escalar y te llevan a la cima.

 

Al tahur le tocaron en suerte unas manos asquerosas

y no tiene otro destino que barajar las cartas marcadas de codicia.

Hasta que no se practiquen transplantes de piernas y manos,

iremos de casino en casino o de montaña en montaña.

Lo importante, señores...es que no muera el heroísmo.

Que el destino sea acorralado en el fondo de una mesa

o en el resplandor de la nieve.

 

Sin embargo, todavía hay cosas hermosas que concebir, como

"una lluvia de paraguas rojos en pleno invierno".

"El viento trae las bufandas desde los países cálidos del Africa".

O, "Me inclino a tus pechos para abrazar la blancura de los Andes".

Pero también hoy quisiera jugar una mesa de billar

con los amigos que no veía hace muchos años.

Que la poesía sea reconfortante como una copita de cognac, mientras arrecia el frío.

 

Que cuando cae la nieve, tus ojos siguen inalterables

en el cielo

y puedo ir a visitarlos más tarde. Poesía sencilla como la reina del naipe.

Conozco todas las trampas del destino que nos separan.

Ya sé cuál es el camino para llegar.

Cuando quiero estar triste, tengo para mí solo toda la tarde.

Las bolas al chocar sobre la carpeta se salpican de la fresca sombra de los planetas.

 

Si algo sobra en la mirada de los astrónomos

es su incapacidad de volver a sentirse niños. Son demasiado graves en sus lentes "poto de botella".

Si algo echo de menos en los versos de los poetas

es el valor de dejarse conducir por las palabras, como el pastor hace con las ovejas

hasta los valles donde el pasto crece más verde.

Admiro esa paciencia diáfana en los ojos de los corderos,

cuando no sólo de carne y de lana viven los hombres.

 

Instrumentos nos faltan para pesar el aire y el sol,

y luego empujarlos con el taco hasta el fondo de la tronera.

Que duerman los astros reposados en el silencio matemático de la noche

hasta el juego del día siguiente.

Ahora...¡a lo nuestro! A morder tus pezones con mis labios.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

A LA SOMBRA DEL TROMPO VA GIRANDO EL TIEMPO.

A LA SOMBRA DEL TROMPO VA GIRANDO EL TIEMPO.

Todavía no logro despejar el círculo de rostros desconocidos

que son como un bosque de piedra a nuestro alrededor,

humedecido por las sombras de las grandes acacias.

Y en vez de la llave musical de tu sí, suena una gotera interminable en mi mente.

Yo no soy el gásfiter, niña mía; ni mucho menos, el gángster que lo resuelva todo.

Apenas un muchacho que tomó el lápiz para dibujarte.

 

Han surgido cercas nuevas en tus dominios

y se mueren mis años contando las ovejas que saltan enmascaradas tus vallados.

Pues, en ese mitin de pastores anónimos, lectores de la Arcadia Feliz,

no me dejan entrar; no me reconocen como a un socio.

Yo sólo asisto al espectáculo gozoso de la miel

que en cada atardecer ellos se llevan a sus labios.

 

Registro las mareas que va marcando en la pared de mi estar

el tiempo que se marcha viejo y retorna joven.

La decrepitud del calendario donde mueren

como trapos roñosos las mariposas.

El coro fosforescente de las libélulas

y todos, y cada uno de los incendios imaginarios.

 

Y siento en ese abrazo que me das

el temor de cómo lo voy a pagar después, aislándome,

deviniendo cada día en un ser extraño.

Que me miraré en el espejo sin reconocerme a mí mismo.

Si ya me pregunto de quién son estas ropas, de quién estos zapatos;

qué hago aquí con estas manos ajenas. Como un bicho negro entre las abejas rubias.

 

Debo estar ya muerto, y en mi ceguera de vida recuerdo

el vuelo que me enseñaron cuando muchacho.

La vuelta del aro por los caminos terrosos. Mi cabeza despeinada por el viento.

La ebriedad de colores del trompo de madera,

cucarro y extraño con su hierro, como yo mismo me vuelco en tu vida

...incendiando círculos de nostalgia.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.