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Nevares

EN BOCA CERRADA NO ENTRAN VOCALES.

EN BOCA CERRADA NO ENTRAN VOCALES.

AEIOU, todas las vocales reunidas

en un mitin de gritos,

como las raspaduras de hierro en torno al imán.

Bisagra de la lengua es la vocal.

La boca misma de una mina inagotable de e-lecciones eternas;

la entrada a la mosca abismante del vuelo,

zumbadora de infinito, i, o

al palacio del hambre,

a la casa del terror,

pero de esas ferias rodantes, pobres, ¡pobres!

 

Los locos, los suicidas del pincel,

los poetas

andan sueltos dentro de la jaula,

y desde lejos, o muy cerca, sube un olor a establo,

a nuez podrida, a manzana de Adán.

 

AEIOU! Al pronunciarlas juntas

en el grito unicorde,

suenan a amarillo,

a arcoiris descompuesto, incompleto.

Hay que entenderlas en las heces del sibarita,

en las erres del runrún, en la T del tóxico fermentado.

AEIOU! El esternón rojo de la fragua

donde se arma el pálpito de la guitarra,

sus dedos a veces deicidas

pulsando en las cuerdas, que también son cinco,

un Getsemaní de lágrimas,

y, sin embargo, españolísimo, andaluz a redundancia.

 

La A del amor sanforizado que se nos promete

que no arruga ni encoge.

¡Dios nos pille confesados!

La E de la eternidad, del éter,

encendida en las raíces de la gramática

y que tanto nos cuesta comprender a-ve-ces.

La I de la ilusión, de esa luz que a ratos oscurece,

hilamento de hermanitos huérfanos de hogar.

La O, ataúd redondo, ofrenda robada al olvido

de todos estos años puercos, pueriles.

Y, finalmente, la U.

Que cuando no campeona, desciende a segunda división.

La copa en que se bebe el adiós.

 

El insecticida despabila a las pulgas de los sentidos

y las mantiene alertas, energizadas.

¡Qué hubiera sido de ellas sin ese tónico que idearon

las fábricas asesinas de la salud humana!

 

Las vocales están colgadas del murciélago,

boca arriba, en la oscuridad de un paraguas repulsivo.

Y no hay más.

Las vocales entran en las palabras como una locomotora

al carbón del túnel,

mientras duermo aeioú

con mi píldora de fabricar sueño bajo la lengua traspuesta,

española.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos de Autor Reservados bajo responsabilidad del mismo.

COMO UN SUEÑO EDITORIALIZADO.

COMO UN SUEÑO EDITORIALIZADO.

Café cortado lilas al alba

cuando los fuelles vencidos del sillón

se emparejan con mis bofes

oh cuántas islas atesoran mis dedos

tu sonrisa Gioconda como una sémola

en las insustanciales sombras de la galería

por donde resbala en caída newtoniana mi alma

pero siempreviva

solapa con que me mancha indirectamente

la importancia augusta del pintor

 

Desde lejos amándote más que a París

más mucho más que a este Louvre de cristales

catedralicios monárquicos

y todo es en francés el letrero de la esquina

el taxi monsieur y no hay forma de comunicarse contigo

mil novecientos noventa y siete

hay que volver al hotel para volver a hacer las maletas

para volver al bus y volver lentamente al avión

que vuela en reversa

la anchura fantasmal del inmenso océano

 

y dar de nuevo con el pequeño Sur

entre tanto invierno

y enhebrar el hilo entre tus dientes

única forma de que sonrías

luego hice un dibujo de ti explicándotelo todo

por qué Amboise por qué la huida por el bosque

por qué mi barba de Papá Noel

por qué la máquina de guerra y el paracaídas

por qué mi amor a través de los siglos

por qué yo mismo por qué tú Mona Lisa

 

Y por qué la novela de Dan Brown mucho después

y por qué tanta conmoción y tanto acertijo

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

DIA-EN BAJADA-AMOR.

DIA-EN BAJADA-AMOR.

La caja idiota y la queja estúpida

la plomada del sol

la verdad esos filamentos que enceguecen

Hay que saltar de la cornisa al silencio

y rogar que la hora inválida no se haga a un lado

que nos esté leyendo el lector

y no nos llegue la patada del rechazo

verde

bajo los cerezos desmochados de la avenida

y la sonrisa muda de la arcada del cementerio

 

Hay que votar por fulano

arrugando las narices y arrojarse por la ventana

con el talento incierto de nuestros cilios

comerse la papada que sobra

en la siempre tenebrosa olla de los grillos

Hay que estar a la altura de las circunstancias

siempre aceitado el grito en la garganta

y las monedas en los bolsillos

Los dedos pasan por los sueños de las manos

que ahora están justamente heridas de flor

 

Vamos -en bajada- con el pulgar

lejano como en Turquía

y hay un azul violento que denigra en el fondo

la estrella maciza de la patria

tan llena de asteriscos

Vamos de quisca en quisco soportando todo

por este dios de Jacob su promesa

es al desayuno como el pulgar a la mano derecha

viendo su sol enorme grandioso amarillo

con los ojos cerrados del candado

y las dos manos por fin difuntas

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

LAS BELLAS Y LAS FEAS.

LAS BELLAS Y LAS FEAS.

Me ha ído muy mal con las bellas

y muy bien con las feas.

Con las primeras, con sus collares de perlas,

con sus collares de amigas,

con sus collares de familias

y su larga enumeración de atavíos. Nunca sé cómo son.

Cuando se desnudan, jamás solas,

son un conglomerado de cosas, una corporación.

Me falta dinero, pedigrí para asociarme.

Me siento incómodo, y al revés. Lo hago todo mal,

como el orden de los dientes,

como el orden de los tenedores,

como lo que hay que decir y lo que callar,

como tener que hacerse el tonto frente a sus actitudes raras.

 

Yo buscaba una bella sencilla,

una bella que tuviera alma de fea, de cocina antigua,

una que se conformara con las estrellas del cielo,

sin collar. Me cargan los círculos.

Esos enigmas de ellas que no se pueden romper.

Sus conciliábulos secretos, llenos de espinas,

llenos de susurros en la oscuridad.

No entiendo ese lenguaje de plumas.

Me gustan las personas francas, que al darlas vuelta

son iguales por dentro.

No importa si son amarillas o azules, delgadas o gordas.

Pero estas bellas no se dejan desembarcar.

Son resistentes a todos los ruegos hospitalarios,

a todos los taladros mecánicos.

 

Son como una flor hecha de una sola pieza.

De un aroma irrompible.

No se ajan; se van perdiendo en la lejanía

sin disminuir, contra todas las leyes de la perspectiva:

mientras más se alejan, más grandes.

Sus cuerpos no caben en mi alma de niño.

Y cuando están junto a mí, son pequeñas,

apenas de cuatro palabras, como la Vida,

o de seis, como la Muerte.

No sé si necesito la ayuda de Dios o de un cerrajero

para entenderlas.

Pero se me va la vida, y, tarde en la tarde,

una mordida de ternura, de nostalgia me reúne con ellas.

Les perdono todo. Y la muerte continúa igual.

 

Reemplazo a su padre, a ratos.

Me siento una monedita de oro en la fragua,

aunque, a veces, no tengo silla, de tan transparente.

Ellas son como la mano del dado

que nunca se sabe en qué números va a caer.

No he conseguido aun una mujer,

sino apenas la tómbola de la lotería.

Todo pasa tan rápido.

Su amor se desvanece de pronto, y, otras, resurge

como la fumarola de un volcán.

Busco mi sosiego rubio,

y los dedos se me enredan en sus nudos, en sus collares de perlas.

Nada me dice cuál es mi capital. Si voy en caída como el dólar.

Que venga Dios o un cerrajero a ayudarme.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

CORAZON DE BOLSILLO.

CORAZON DE BOLSILLO.

Este teléfono, que es mi corazón

de bolsillo,

lo llevo a todas partes, encendido, apagado,

pendiente del humo, como una chimenea sin hogar,

esperando la ternura cabal del día.

Pongo atención a la voz que no se escucha

subir en la marea de la hierba feroz,

cuando cruzo la avenida solo,

decirme cosas blandas, dulces cosas ignoradas,

voces de alivio y de perdón.

 

Si Dios sabe mi número exacto

¿me hablará algún día sobre mis zapatos?

Cuando todavía estoy en guarismos de ángeles,

podría plantearme sus tesis de agrado.

Voy, camino de bruces, busco entre las hojas,

y nada.

Hurgo el bulto de su voz en mi esqueleto,

y negrea, regresando, una ausencia de pantalla oscura.

Dos fierros rotundos,

un quejido de quién, agonizando.

 

Todavía, cuando le habla la naturaleza al pájaro

como una madre al hijo,

me queda mirando a mí

con su cara de plato el silencio.

Pasos que se pierden en el bulevar.

Sangre fresca que entra en las vitrinas para desmayarse.

Y se prueba tanta ropa la adversidad,

para no comprar nada, sino el miedo de ayer.

¡Qué linda la que pasa!

¡Esa que no viene para mí!

Ni en cuarto secreto cigarro.

 

¿Será que la empresa quiere dejarme sordo

y me entregó un buzón de voz sin destino?

Me entregó este estuche con un cadáver dentro,

pequeñito, pequeñito como yo mismo era antes.

Dos piedrecitas para raspar la chispa de mi entusiasmo menor.

¿Y tengo yo por tarea encender la pradera?

¿Tengo que responder, respondiéndote?

Apenas escucho mi segundo corazón bajo el sonido

del tambor primero,

y con el gusano que roe mi sien.

 

Negra pesadilla. Es justo cuando cambia la marea

del sol, y asoma en gerundios.

Cuando cecea la sombra de un gemido que asoma.

Y entre tos, me dice que no vendrá.

Que se ha enfermado el árbol de su origen, y un líquido

amarillo corre en mi bolsillo de hombre.

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

ARTE POETICA.

ARTE POETICA.

Que el verso no sea una excusa para nadie,

ni para llegar a costa de los demás

a las puertas entreabiertas de los cielos.

¿Vamos a desear otros mundos mientras asaltan en éste

a un pobre jubilado a domicilio?

 

Si ya tenemos un planeta averiado, mejorémoslo.

Lo que no puede el adjetivo, lo hará el cuchillo o el revólver.

 

Vivimos bajo el signo de los pillos.

Cuando el juez deja libre al asesino, me está matando también a mí.

El honor y la decencia cuelgan de los muros

enmarcados en una lengua muerta.

Mas no por eso perdamos la esperanza.

Nuestro vigor verdadero reside en la billetera del Ministro de Hacienda.

 

Dejad que Sandro le cante a la rosa. Nada como sus arrullos.

Y ojalá que no fume tanto.

 

Todas las cosas nos pertenecen

mientras no nos las roben ¡aunque suene a perogrullo!

 

Poeta que no plagia, nunca ganará el Premio Nacional.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

HERRADURA DEL PAVOR.

HERRADURA DEL PAVOR.

Cierto sonido estridente de mi juventud todavía no me deja dormir.

Es como un barco encinta que debiera haber parido hace cuarenta años

una casta manada de sirenas

y sólo ha dado a luz hordas de turistas desembarcados en hawaii o en Alaska

con sus cámaras fotográficas frías, matemáticas,

y sus ojos que miran en marcos alemanes o en rublos rusos.

Ah y también un espejo de cuerpo entero

donde podría quedar prisionera la Muerte, si algún día se contemplara en él.

Pero solamente a un hombre en todas las vidas de los hombres

se le vio entrar allí y se convirtió en santo inmediatamente

y subió al Cielo en las ancas de una nube hembra.

Ese mismo sonido estridente da origen a los pozos petrolíferos en Arabia,

a los camellos que nacen sin orejas y no babean

ni aunque estén muertos de sed. Su pesar es una giba.

De poder, lo hubiera dejado crucificado en un violín.

Me sigue y sigue como una muela cariada a un dentista,

y no duele en la boca del paciente sino en el sillón del especialista.

Dolor tan grande, hijo del sonido. Sonido tan furioso, que desborda el olvido.

Y a veces se manifiesta sólo como una mañana de sol

en plena herradura del invierno, pero sin cejar en sus estreñimientos.

Y luego solfea sus clavos zapateros, sus agujas de coser sacos,

corre el hielo por las paredes, los gritos barnizan los vidrios,

sus filos tienen el hálito del traidor, la indiferencia del verdugo.

Hasta las manos del carcelero tiemblan cuando acaricia a sus hijos.

 

Cuando nos vemos, lo hacemos llenos de esos sonidos

que no puedo arrancarme de los ojos. Que hacen sentirme víctima

de no sé qué.

Y cuando paso de mi lado a tu lado, de izquierda a derecha,

crujen de metal, de luz, de semilla los puentes

y las nubes de la tarde adquieren el sospechoso color rubí

arrancado del corazón de un inocente.

Tengo pena. Desentono hasta al pronunciar tu nombre hecho de un solo

bloque de espigas.

Hecho de la curva inmácula de una golondrina ciega al vuelo.

Se me ocurre que el pizarrón de los hechos es una calavera.

Que nada me enseñó la tiza al rayar la aurora de mi ignorancia

y que los años de escuela pasaron tontamente a mi lado.

Sólo tengo esta saliva para amarte,

estos aceites esenciales que manan de mi corazón de manatí.

Se me ocurre que soy sordo ante los acordes del tiempo.

Inútil con los pájaros y las flores y los árboles

y el imán del arcoiris.

Que me amas gratis, porque no sabes amar a nadie más.

Porque me quedé pegado delante de tus horizontes.

Y todo mi trabajo fue llenar con mis ojos tus vitrinas

...y hacia donde mires, sólo me ves a mí, y a este sonido furioso que arrastro.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

¡ECCE HOMO!

¡ECCE HOMO!

Me define esa desconocida que pasa ante mi ventana

y da una mirada hacia arriba, como si me reconociera.

Me definen los látigos del viento cuando dan

contra las pautas de los violines y se hielan automáticamente las aguas.

Me definen los leones que bajan de la piedra

y la sílice que trepa a los ojos de esos mismos leones, a la entrada de un edificio.

Las personas solas que rinden un homenaje

a lo que fueron, cuando yo estoy ocupado en otras cosas:

en engalanar papeles o en descascarar zanahorias,

y el agua en la cacerola hierve mentalmente.

 

Me define el entusiasmo de mis cigarros

que vuelve más amarillo el tiempo, en ausencia del pergamino del sol.

En ausencia de los gritos de la Esfinge,

en ausencia del desierto que no llega hasta aquí.

Me define la marejada de los timbres,

la oxidación de los pasos en la avenida,

la evangelización de las hormigas

y todo el oro que se pierde en las hojas muertas.

Me definen tus ojos cuando me miran

y tus oídos cuando deciden escucharme. La noche llena de barcos fantasmas.

 

Me definen este aniversario sin torta,

este compromiso sin anillos de nosotros,

el espesor de tu sombra, la altura inalienable de tus gemidos,

el diamante que hay escondido bajo tus talones,

las pitas que cruzan desde un hemisferio a otro sobre mi cabeza

y donde cuelgo mis ropas heridas de soledad.

No precisan decir nada tus labios ni el papel crujiente del no-regalo,

ni los años que obturan este día como a una vieja cañería de plomo.

Soy feliz a mi modo, soy pájaro, soy libre. Palpo mi cara. ¡ Ecce homo!

Y recuerdo que debo afeitarme. Martes.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

UN ARMARIO PARA LAS IDEAS.

UN ARMARIO PARA LAS IDEAS.

Con más proyectos que abrigo y con menos

futuro que buenas intenciones,

intentamos el asalto a la casa nuestra, un día frío, desolado,

lluvioso de altos precios, bajo la mirada benévola de la justicia.

 

Sabía ya que la madera es cara.

Carne arrancada a la tierra desde los árboles, al soslayo del sol,

caminantes peregrinos sin pasos.

Pero nunca creí que fuera tanto.

Piensa en lo que cuesta un simple ataúd, me dice ella.

Y si es tan fácil morirse, ¡lo que duele vivir!

 

Un armario donde ordenar las ideas, contraponiéndolas con mis ropas,

tiene una cifra de seis ceros, inalcanzable.

Y, luego, el reunir todos los sueños, como ovejas,

sobre una almohada en común,

también una cantidad similar, apabullante.

Bañarnos juntos...¿cuánto costará?

Y, después, para entrar en tu sangre en el vellón nocturno ¡ni qué pensar!

 

Nos han criado los hombres juntos para burlarse,

para robarnos el cristal de los ojos

y el humilde tic tac de nuestros corazones.

Nos abofetean en la línea de flotación de nuestra edad ya madura,

que a ratos se sumerge y se ahoga, y no parece barco sino submarino.

Deben de transparentarse en mis sienes las calles amarillas, desharrapadas,

mojadas por esta lluvia de mayo que sólo cae para mí,

y con todos los gorgojos de nuestros proyectos. Y más encima, no nos conocen.

 

Es triste. Ver por fuera esas joyas de casitas, como de muñecas,

pintadas, irisadas de un incierto sabor con seis ceros retumbantes.

Con sus vidrios nuevos como terciopelos. Y con el hambre natural de habitarse luego,

de llenarse de pasos, de murmullos,

de diálogos que levitan en la humedad como dos moscardones.

Lejos de cuantos esperan en los puentes de la vida, como nosotros,

en las plazas de peaje del suspenso.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos reservados de autor bajo responsabilidad del mismo.

GERMINAL, A 44 AÑOS.

GERMINAL, A 44 AÑOS.

El 16 de mayo de 1964, fundamos GERMINAL en calle Condell 2879, Antofagasta, con María Rosario Sepúlveda y Osvaldo Ventura de la Fuente, sobrino del afamado pintor nortino del mismo nombre. Venía a llenar un espacio necesario para la juventud creativa e ilusionada con mejores horizontes culturales y de existencia. Fue una tarde luminosa en que se nos ocurrió la brillante idea, en el living de la casa de Osvaldo. Primero propuse yo el nombre de Saeta Literaria para la agrupación, pero a los pocos días, y analizando de que el nombre padecía de fuerza o era directamente muy cursi, les regalé a mis contertulios el apelativo definitivo. Era también un homenaje al jefe de la escuela naturalista, y nos señalaba el padrón de ruta, la germinación de nuevos talentos, que no tardaron en llegar: Guillermo Ross-Murray, Luis Moreno Pozo,Erica Martínez ( Osorno ), Fernando Zagal, René Dávila, Nancy Plaza, Alicia Vásquez ( Santiago ), Dorys Araya ( Calama ), María Canihuante, Gastón Hinojosa, Eric Tello, Héctor Cárdenas  (Calama) Hernán Cuellar,Ariel Santibáñez, Patricio Malatrassi,Amey Wong, Rubén Pinto, Alexis Durán, Medeliz Aguirre,no es mi intención dejar a nadie en el olvido. Nombro aleatoriamente a los que recuerdo más. Nos colaboraron el maestro Andrés Sabella, con sus sabios consejos, al igual que Ernesto Vásquez Méndez. Y en todos los grabados, Guillermo Deisler. Un abrazo a la distancia a los que perduran en el difícil arte del escribir ( perseguidos por la tinta fatal, como decía Vallejo ) y a los que ya partieron de este mundo, entre otros, los otros dos fundadores de Germinal. Mi homenaje lo realzo con este poema:

HABIA UNA VEZ UN MOLINO CIEGO

Había una vez un molino ciego que clamaba por las aguas del cuento

( que no son los mismos cristales de los elementos ),

mientras yo cultivaba en mis cuadernos las semillas cretáceas

de una rara ralea de pájaros.

De pronto, una piedra da contra los vidrios de mi ventana.

¿Me llama el viento o un amigo? ¿O es un huevo que despierta del olvido?

Y me voy por la pendiente de la palabra, como la montaña

que debe extrañarse, cansada de sus pies, en el mismo sitio,

tentada por el tobogán de la nieve

y por toda esa fiebre a la que ella se rehusa.

 

Con tantos mundos paralelos, con tantas calles que se inclinan,

es muy difícil decirlo.

Ni los marineros más viejos saben dónde queda el estribor,

ni el niño tiene las mismas ganas de vivir de antes.

Yo creo que el sol sale por oficio y se esconde rápidamente en el Oeste, arrepentido.

Y creo que el sol teme las arremetidas de los apaches.

 

Creo también que a la lluvia le duele caer en las hondonadas

en las que la luna no cree,

y todo pasa por la luna, esa gran mercenaria.

Todo pasa por lo que se diga a continuación,

por la fe perdida en los epitafios - tan dignos como mentirosos -.

Por el rigor de los clavos que permanecen en el organismo, en cuanto a hierro.

 

Y a todo esto ¿qué tiene que ver el molino?

Si el molino es un ciego que no acierta en sus palabras.

Si la gramática no está en el plomo sino en la culata de la intención.

Y, sobre todo, si hay un plan maestro y vagamos a tropezones.

Si no hay más estrellas que repentinos relámpagos. Y no hay más día que esta noche.

Si hasta para los poetas ya todo está escrito.

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

GRECA DE BARRO FIERO.

GRECA DE BARRO FIERO.

Me quedan menos monedas

que los días que me restan en las alforjas.

Busco a tientas una sonrisa.

¡Ecce homo! Un emplasto de palabras que me devuelva la energía.

 

Varado el pie, varado en la alameda

antes tan llena de flores, de alas.

Desalada estampa de ahora, sellada

bajo los vidrios fríos de la mañana. Cuando

las manijas no calzan con los ímpetus de la distancia,

y todo va evaporándose.

Todo embate, envase todo, con el pesado antimonio del sueño

que anoche tuve que luchar contra la sábana mortal. ¡Y a mis años!

 

Apenas resucité de mañana.

Encendí un cigarrillo de lánguidas arañas

que inmediatamente huyeron del lugar.

Ricas hebras no logran impactar en mi pobreza,

ni ofreciéndoles mi sangre:

ese rubí inobjetable.

 

Ese diamante de mi promesa que pasó, tarde,

todas las pruebas del puente. Que no cayó jamás

en el vericueto de las aguas falsas.

Seco está de todo, cuando tú lo dejas, abandonado.

Tus ojos de almidón, mercenarios, verán en él sólo un barro.

Un pozo de pobre luz artesiano.

 

Me voy con el quejumbroso peso de mis alforjas,

con las abejas que suscitan mis monedas diarias

a desenrabiarme, a desenrubiarme,

¡a comprar el carajo en otra parte!

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad de el mismo.

LA PARED DEL SUEÑO.

LA PARED DEL SUEÑO.

He cambiado la pared del sueño recién ayer, jueves. Te pido perdón, Vallejo por esta pasión desmedida. Ahora tengo frente a mí otro frontispicio de ideas, y la gran tarea única de sobrevivir al invierno de mi vida, a los números esquivos y a las palabras que me afean. Cuando encuentre al fin la ventanilla de los reclamos, la divina mampostería recamada en cristales, temo que sea tarde y ya esté ciego o muerto del todo. Considerádlo, os ruego, en mi parca biografía. He arrancado algunos retratos que sobraban y he dejado secos los ojos de la pared, que me ausculta tanto como un galeno irremediable. Bueno, todos siempre se creyeron médicos en torno a mí; y la única enfermedad de la que verdaderamente padecí fue el hambre. Otras cosas, más transitivas, aunque no menos importantes fueron las lluvias y los besos y mis versos acantilados. Pero en el hambre, no supe de traiciones. Su garra jamás me dio las espaldas. Y lo agradezco. Aunque el silicio sigue con sus tres capas de electrones, como si nada, y con sus catorce lunas a la gira del piadoso mirar del buey. Se ha abierto un forado en el cielo, por donde me llaman a almorzar. Todavía quiero quedarme otro poco más en el medallón de las calles, porque amo esta multitud a la que le soy indiferente. Amo esa unidad de tu recuerdo que a veces se hace presente entre las hojas de un libro, como un mínimo pelo rubio. A ocho meses aun de la Navidad y de recibir el regalo de mi rabia. Y a uno del doloroso doble aniversario de mis estrellas.

He salido mucho a caminar. Y conversé de mis penurias con un buen amigo que me ha dejado en el mismo punto del antes de salir. Como si todavía no naciera, y la comadrona, plácida, me contara en el oído niño las cosas de amargas que ya me esperan.

Si yo pudiera viajar como tú lejos, no me quedaría a vivir conmigo solo, con tan mala compañía como debo ser yo, el ácido, el alcalino. Mi nieto me sonríe en la pared del frontispicio. ¡Viva su eterna fiesta sin haber pisado Puerto Varas! Que viva felíz su infancia que todavía no sabe. Como yo, que todavía no conozco la partida de mi nacimiento, viudo y viejo ya de todo, leyendo los partes de mi defunción.

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

TODOS LOS HORIZONTES DE LA TIERRA.

TODOS LOS HORIZONTES DE LA TIERRA.

¿Tienen una mirada de abuela o de niñas las aguas?

¿Alguien sabe cuándo cumple años el cielo?

 

Es tanto tu amor, Dios mío, que me bastan

la sombra de tu iglesia y la dulzura de tu silencio.

 

Pero en mi medida de hombre, muchacha mía,

cuando no vienes a verme,

son todos los horizontes de la tierra

los que me dan las espaldas.

 

Estoy más solo que un caballo durmiendo bajo una manta de diarios viejos.

Tan solo como las sillas, como las mesas cuando han cerrado la taberna

y se queda ciego el vino para siempre.

 

Ganas de abrazarte como los árboles al estirar sus brazos al viento que se marcha

a recoger las hojas de otras vendimias.

Si existiera la justicia, estarías a mi lado

como este corazón de niño que jamás me abandona.

 

Las ropas cuelgan, secándose en los hilos de mi pieza;

como piezas dentales cuelgan de una boca que ya no traga.

Estoy lleno de metales

que alguna vez formaron parte de una maquinaria.

Una locomotora a carbón, algún barco lisiado.

Mi corazón, al egresar del colegio, no tuvo más trabajo que el de contenerte a ti. Y ahora vaga,

ahogándose en su propia sangre.

 

Si nadie sabe la edad del cielo

ni con qué ojos miran las aguas la eternidad,

es lo mismo que todo esté muerto

o dormido.

Que Dios mismo sea sólo un largo silencio

o el murmullo lejano del mar que no escuchamos.

Que tus pasos regresen cuando creo que vienen a buscarme.

Que el caballo sea analfabeto bajo el frío del invierno.

 

Hay cosas, noticias tan tristes

que no vale ya la pena escucharlas.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

CUNA DE MINEROS.

CUNA DE MINEROS.

A mis sesentaidós años,

tanta pala que acumuló un cerro enorme de soledad

en lo alto del mapa, en el desierto.

Sin embargo, el negocio de mi vida

sigue abierto a mis hermanos.

Hoy se fía todo. Mañana también (...si hay un mañana ).

 

Conmigo se quedó dormido para siempre mi padre,

y su mina de cobre sellada

en el resplandor de la última tarde,

como bien lo sabes, Silva Iriarte.

¡Y ahora, justamente, cuando el precio está por las nubes!

Las camionadas lentas de su ausencia se devuelven con las manos vacías.

 

Taita, hazme un favor: cuando veas a Víctor Jara,

dale un abrazo por mí. Dile

que de no haber paro ese día

tomaré el próximo trolebús al cielo,

donde haremos, por fin, eternidad el instante.

 

Cuéntale lo que ya debe saber,

que el Palacio de La Moneda todavía arde

en los ojos sin consuelo de la multitud.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

HIROSHIMA, O EL AMOR.

HIROSHIMA, O EL AMOR.

A todo le colocamos ángeles

los muy cretinos

como si los ángeles no fuesen de otra geografía sino del adorno

( la ene está demás )

Como los trenes le ponen humo a la distancia dejándose querer

Al dar el primer mordisco al pan de la mañana

no sé si muerdo sus alas delicadas

( cambiar la última ele por una d )

o un ramal ferroviario completo

me chorrea una pasta verdiblanca en la boca

hecha de parnasos de niños ancianos o de frescos cipreses

que el Ministro de Transportes o Dios mismo me castigará

porque quien ama no piensa en el nido sino en el tránsito

en el corazón piensa tanto como en los girasoles amarillos

Y cuántos no quedarán esperando bajo la lluvia

con sus nombres con sus citas listos para vivir

peinados y para acudir al trabajo o a la misa de doce

Serán como los túneles que no visita el tren detenido de mi ansia

hurgando sólo en la partida de tu cuerpo de tu voz congelada

Sólo me preocupo de mis revoluciones

de la sangre que ya se espesa en la esfera del reloj

mientras afuera cae toda la nieve del mundo

La revelación de los dioses es así

violenta para el eje único para el ojo del lector

coronado de alas y de nimbos

Ni culpa tengo de quererte

como una Hiroshima sacrificada

en la vieja estación del relámpago y del humo

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

A LA VELOCIDAD DEL AVE.

A LA VELOCIDAD DEL AVE.

Del vuelo de un ave se desprende una arista nueva

que el caer nos hiere a la velocidad pura

de la pluma y de la nieve.

 

Hay tantas cosas lindas que decir, ahora que nos vamos,

pero son pocas las monedas para poner en pie el entusiasmo,

los delicados hilos de la imaginación en la garganta.

 

Se descubrirá mañana que era pálida la noche

y rubia la ceniza.

 

Abro el desván de más arriba, y está vacío.

Desmayo. Grito. Urbe.

Se han robado las joyas del Louvre

y la noticia enriquece a los periódicos.

Ya no serán titulares las tardes de fútbol ni las patas de los caballos,

ni el sacrilegiado loco sabio que hurga

entre los átomos invisibles, sino este atentado a la Vida.

 

Porque el hambre, la soledad y el abandono

son todavía más grandes sin el silencio de la mirada de la Gioconda.

Como la Guerra del Golfo

hubiera sido insoportable sin Tolstoi.

Alguien tiene que lavar, remendar y aplanchar las tragedias

y entretener al alma con sus piruetas de plástico.

Hasta Dios no sería un dios si no existiera este público de la esperanza y del pánico.

Ni qué decir del avión que lleva como doscientos años

oxidándose en el hangar por nosotros.

Viaje que se realizará cuando den su gran vuelta a los términos

las pequeñas cosas íntimas del caracol,

y nos broten las plumas necesarias en el corazón.

 

Cuando de simples soñadores

pasemos a ser visitantes concretos de la nube.

Yo, completamente empapado en Tolstoi. Nunca antes.

Y tú recuperes la sonrisa de la Gioconda.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

 

ESPERANDO EL AMANECER.

ESPERANDO EL AMANECER.

Toda la noche esperando el amanecer

contra las islas solitarias de allá enfrente

donde hay una continua erupción de pájaros.

En el mar atrapado de mis sienes

donde se levantan las aguas, evaporándose entre las nubes.

 

Y el amanecer llegará tal vez por las cañerías del edificio a solas,

por los elevadores donde el ciego subió

perdiendo sus monedas, ebrio de un temprano rayo de luz.

O por la absurda premonición de una pata de conejo.

 

Tengo una náusea como de espolón atravesando mi pecho

y que rebota en verde contra las paredes sumergidas.

Que se unta de tu nombre

como de una tinta anónima.

 

Yo prefiero, en verdad, las heridas del tigre

a dialogar con los desfallecidos timbres del valor que no tengo.

Tal vez mi destino sea, en vez del héroe resplandeciente, hacerme testigo

de la cobardía celeste de mí mismo.

Esperando el amanecer en la punta de los muelles,

entre los tallarines acuartelados por la única voz de mando del hambre.

 

Pero, ya dije, hay un sonido de cañerías,

asinfónico,

de atroz plomería taponeada

que desarticula las alturas de los rectángulos.

Y da pavor mirar la propia sombra desde arriba

cuando todos le preguntan a la edad cómo llegó hasta allí.

Ella responde sólo con signos matemáticos.

Vemos pasar el ascensor por el cuarto piso,

unos instantes después del ciego de las monedas,

donde se solidifican las sangres, y el tigre adquiere aspecto de alfombra.

 

¡Ay amanecer que no llegas!

Le arrancaron el corazón a las tinieblas,

poniéndole en el centro del pecho una tortuga.

Ahora tiene serpientes en vez de venas en los bajíos de su aorta

y un reloj suizo donde estaba el cerebro.

Ahora nadie lo detiene.

Temo que el sol pase de largo por los corredores

jamás violentados por el arado.

Ayer ya acabamos con las ansias.

 

Ríen, cadavéricos los pájaros, en el gineceo de las nubes.

Ríen con cintura de mujer,

con esos puentes invisibles de sus zapatos

que no escuchamos sino tarde.

Porque el ciego nos llenó los ojos, pero de su esperanza

...que es casi nada.

Y el cojo nos conminó a caminar en círculos elefantiásicos.

Tan pronto aprendimos nuestros primeros pasos,

perdimos el rumbo del amor,

que se vuelve ventanal y pájaro.

 

Por allì, dicen los viejos, que debe llegar el amanecer,

donde crujen las hojas

y el pan se eleva en sus fermentos.

Donde, al arrojar una flecha, se devuelve la hojarasca del viento

como un amarillo esqueleto.

Y tintinea en los vidrios de nuestros ojos,

donde se iluminan los postes

y los ebrios recuperan el camino de vuelta a casa.

Donde te deshaces, mujer, de todas tus armas blancas,

dejándome en la piel la vieja cicatriz del encuentro.

 

Allí mismo nace el sol,

como un ángel plateado de torbellinos.

Y la maldita cañería de la noche por fin se queda callada.

No se oyen los gemidos de sus goznes.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

DEGOLLADOS POR LOS VIOLINES.

DEGOLLADOS POR LOS VIOLINES.

Un ruido, cualquier ruido

es una maldición que reafirma la oscuridad.

Así es que, a veces, para salir a la noche repentina,

nos cubrimos de pies a cabeza

con la maternal protección de nuestras propias palabras,

que nos vuelven invisibles.

 

Nos vamos hundiendo en la profundidad sin límites

con la espada de una lámpara en alto.

Y a medida que el campo avanza, lleno de llamadas y de trinos,

se devora nuestros pasos vacilantes,

cerrándose tras nosotros como los grandes labios del agua.

 

Alguien se persigna bajo el frío.

Y todos los niños nos sentimos como un pequeño caracol

que ha perdido el juicio

entre las volutas interminables de la memoria,

donde no logramos dar con el verdadero rostro del muerto,

ni arrancarnos de la mirada pegajosa el bigote de su alias.

 

¡Y con qué saña mató a diez aquí mismo, bajo la enramada!

Los degolló entre los violines

y el chacolí del desenfreno anónimo. Y luego el asesinado fue él.

Y diez son,

justamente,

los grillos que cantan ahora, entre las ramas tenebrosas.

 

Un fogonazo de luna da de lleno contra un rostro,

que suponemos vivo,

y arrancamos, despavoridos, y en tropel, de vuelta a casa,

abandonando nuestras almas, que quedan allí clavadas de espanto.

 

Mañana, con la luz del día, veremos, alucinados

que los claveles han renunciado para siempre a su sangre.

Temblando bajo el rocío de la mañana

...ahora son más viejos, más sabios y más blancos.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

 

 

AL ASALTO DEL DIA.

AL ASALTO DEL DIA.

Ya salen mis pasos carricoches,

naturalmente,

de este parto cansino de anoche, cuando presienten el sol las libélulas

como las esponjas abiertas la humedad.

 

Vuélvese a hacer redonda la moneda

y soberano el oro de mi estar en la silla de siempre.

Mientras arden las esporas de mi cárcel

y de cada rincón vomitan libertades los esconces.

 

¡Oh el grito voluntarioso y heráldico del cinc en el tejado de lo alto,

donde la cigüeña asila su maternal esperanza

sin límite urbano!

Cuando tiembla una gota de miel en ella,

como un huevo de horror amarillo,

retrocede todo el gris de la pared.

 

Estoy yendo y volviendo en el eco

del zaguán del correo,

como una piedra sorda;

poyo donde se apea del caballo

tu voz turbia que se esconde.

 

¿De qué gusano de luz es esta hoja abandonada?

Van mis talones sin retorno a la siga del plomo,

al desmoche del monte

laboriosamente acuñado en el sueño de anoche,

y vuelto a perder en tus calles ya sin nombre.

 

En consecuencia, pasan de largo mis carricoches,

las señales devoradas por el ácido del humo, las visiones de entonces,

los pañuelos que despiden tempranamente la tarde.

...Tu imagen a salvo en el alcanfor conventual de un martes.

 

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.

El timón de Castro.

El timón de Castro.

Desde que fijé ese timón de Castro que me regalaste, la pared ya no se mueve más con los movimientos de las noches y logré, al fin, contar al menos, una a una, las estrellas que te prometí tanto. Quedó al lado del velero de Valdivia, sobre un rectángulo de arenisca negra, y como un bizcocho de madera, al cual en los días de mayores hambres, echo siempre el ojo tentador. Y directamente encima de tus retratos mal hechos, pero magistrales, porque fueron dibujados con toda la mano dedicada del amor.

Se mueve todo con la hojarasca de la bocina del mediodía, agitada de perros, y, luego , lentamente, vuelve a la calma conventual de mis escritos. Los únicos canes que no ladran son los sesenta de mi colección, de resina, en la repisa del lado del Este. A estribor, se abren los árboles, las calles, y la imaginación que cucharea en la claridad omnipotente de la mañana. Y a babor, un tinglado de escaleras y pasillos que conducen a la cocina y a la sentina del barco, al tráfico insoportable del único baño comunal. Somos piratas del espacio celeste. Recibo tu llamada y acudo a verte a un código astronómico de cifras complicadas y enormes, siempre rodeados de astros brillantes. Aunque, al despedirte, me regalas con una bolsa grande de galletas y besas mis labios como un caramelo, apenas a media cuadra de tu cuartel general. ¡Qué lentitud de sardinas bajo la mancha de aceite, este martes 25 de diciembre! Escucho en mis oídos nuevos el trinar de las aves, y en sonido estereofónico. Los cables eléctricos cuelgan lánguidos, como improvisados puentes levadizos que otro día intentarán tu imagen. No sé cuándo. Está mudo en su teclado el televisor, y los pocillos, vacíos todavía de frambuesas. Coinciden un instante mis ojos con tus ojos del retrato, y nos quedamos mirándonos, como volviendo a enamorarnos en la vastedad del día del no saber qué hacer. Y vuelvo a la lectura de ese libro interminable, que me parece haber comenzado cuando niño y que cerraré, eso creo, sólo en mi agonía. Por eso justamente me demoro en leerlo. Por eso retrasas tu amor. Se cuela un himno de ángeles bajo la puerta, casi doloroso, y el tiempo descansa en sus codos. Elevo una oración por los pobres, por los perseguidos de verdad por la fatalidad de su destino y que necesitan de Dios tanto como yo de ti.

Junto a unas fotografías de otra época, el árbol de navidad, con dos tarjetas de saludos. El silencio total, donde come el Minotauro. Y un poco de heno invisible para el Unicornio. El resto, cosas tapadas, cosas prohibidas a la vista, porque de describirlas me darían pena. Santos, bolsitas de té, varios calendarios asolados, papel ( tan abundante como la sangre ), ropa que se niega a ser usada, un alicate, dos atornilladores, dos botiquines ( uno para la salud y otro para la enfermedad ) y muchos libros, llenos de letras y aventuras. Las cortinas de la ventana manchadas por la distancia.

Eso me recuerda que debo lavarlas pronto, y que yo mismo debo bañarme. Y antes que regrese la señora Forbes.

 

Autor: Julián Rojas.

Derechos Reservados de Autor bajo responsabilidad del mismo.